sábado, 19 de enero de 2008

Lamias y empusas

En el mundo antiguo el vampiro encuentra su primera identificación en figuras pertenecientes al séquito de Hécate, la reina del mundo de los espectros. La más tétrica y diabólica de este grupo, que puede ostentar la primogenitura del vampiro, del que posee numerosos rasgos, es la Empusa, demonio femenino capaz de adoptar diversos aspectos, entre los que se encuentran el de perra, vaca o hermosa doncella. Bajo esta ultima apariencia, estos demonios femeninos yacían con los hombres por la noche succionado su fuerza vital y provocándoles la muerte. La Empusa es por tanto un demonio súcubo. Este concepto llega probablemente a Grecia procedente de Palestina, donde tales demonios eran llamados Lilim (hijas de Lilit).
La Lamia en libia era considerada la hija de Belo, que reinaba en aquella región. Zeus se prendo de ella y tuvieron varios hijos, pero todos ellos a excepción de Escila fueron muertos por Hera, que los hizo perecer llevada por los celos. Entonces Lamia se convirtió en una madre desnaturalizada que devoraba a sus propios hijos y a los de otras madres, y tan cruel que su rostro se transformo en una mascara de pesadilla. Dice también la leyenda que Zeus le concedió el poder de sacarse los ojos de las órbitas y volvérselos a poner a su antojo, con el fin de poder ver mientras dormía. Durante el sueño era inofensiva, pero en estado de vigilia vagaban por las tinieblas, siniestro fantasma sediento de sangre, para lanzarse contra los niños y desangrarlos hasta la ultima gota.
Mas tarde, cuando se añadió al mito de la sangre el elemento erótico, la Lamia se unió a las Empusas, adquiriendo las mismas características de súcubo. Juntas yacían con los jóvenes y les succionaban la sangre mientras estaban inmersos en el sueño. Las dos figuras llegan a confundirse con mucha frecuencia, hasta el punto de constituir una entidad única.

Razas vampiras del mundo


Asanbosam: Asanbosam es un vampiro Africano. Son vampiros normales sólo que ellos tienen ganchos en lugar de pies. Mordiendo a sus víctimas en el dedo pulgar.
Adze: Un espíritu del vampiro que mora en las tribus de hechiceros, de la gente que habita parte del sudeste de Ghana y del Togo meridional en África. La Adze vuela en forma de luciérnaga pero, si está cautiva, cambia y se convierte en un ser humano. Bebe sangre, el aceite de palma y el agua de coco y sus presas son niños, especialmente los que son hermosos.
Algul: Un vampiro árabe. La forma de este vampiro es tradicional un demonio femenino que se da festines con bebés muertos.
Alp: Este vampiro alemán es asociado con el boogeyman y el incubus, normalmente ronda por las noches y en los sueños de las mujeres. Las manifestaciones físicas de esta criatura pueden ser muy peligrosas. Siempre relacionados con las pesadillas, el Alp es masculino, algunas veces se transforma en el espíritu de un pariente recientemente difunto. Los niños pueden convertirse en Alp cuando una madre utiliza el "collar de caballo" para facilitar el parto. Durante la edad media el Alp aparece en forma de gato, de cerdo, de pájaro u otro animal, incluyendo un perro del demonio de lechorus en Colonia, así conecta el hombre lobo dentro de esta leyenda. En todas sus manifestaciones el Alp se conoce por el uso de un sombrero. El espíritu puede volar como un pájaro, puede montar como un caballo y se le acredita con cierta actitud galante. El Alp bebe la sangre de los pezones de los hombres y de los niños pero prefiere la leche de las mujeres. Porque es de esta forma que el Alp toma control de los sueños.
Aswang: Un vampiro de las Filipinas, se cree que de día es una hermosa mujer y por la noche demonio alado. El Aswang puede vivir una vida normal durante el día. Pero en la noche es conducida por pájaros a las casas de sus víctimas. Su alimento es siempre sangre, y prefiere alimentarse de niños. Esta criatura se reconoce por su forma al terminar de alimentarse, ella parece hinchada casi embarazada. Si el Aswang lame la sombra de las personas se cree que esta persona morirá pronto.
Baital: Baital es el vampiro indio, su forma natural es mitad hombre, mitad murciélago, mide medio metro.
Bajang: Un vampiro de Malayo, se asume que es hombre, aparece como un gato y normalmente como niños amenazadores. El Bajang se puede esclavizar y se obsequia de una generación. Se mantiene en un tabong (recipiente de bambú) el cuál es protegido por varios encantos. Mientras que él está encarcelado se alimenta con huevos y se tornara en su contra si no se le proporciona bastante alimento. El amo de este demonio puede enviarlo a infligir daño a sus enemigos, el enemigo generalmente muere tiempo después de una enfermedad misteriosa. Según tradiciones el Bajang vino del cuerpo de un niño recién nacido, y puesto fuera de él por varios encantos
Baobhan-sith: Este vampiro Escocés normalmente se disfraza como una hermosa virgen así engañando a sus víctimas y allí mismo dándoles muertes. Baobhan-sith aparece vestido en verde.
Bhuta: Vampiro de la India, normalmente es creado por la muerte violenta de un individuo. El Bhuta se encuentra en los cementerios o en lugares solitarios y oscuros, comiendo excremento o intestinos.
Brahmaparush: Un vampiro de la India que goza el consumir seres humanos. Esta criatura bebe la sangre de sus víctimas a través de su cráneo, luego come el cerebro y finalmente procede a envolver con intestinos el cuerpo de sus víctimas y realiza una danza ritual.
Bruxa: Un vampiro femenino de Portugal. El Bruxa es transformado en su forma vampírica por medio de la brujería. Ella sale de su hogar en la noche en forma de pájaro y su actividad más frecuente es atormentar viajeros perdidos y cansados. Dicen que generalmente aparece como una hermosa mujer y lleva una vida normal en el día, usando a los niños como su alimento predilecto.
Ch'tang Shih: En China hay criaturas como Vampiros llamados Ch'Iang Shih, se crean por tener un gato que salto por encima de el cadáver de una persona . Aparecen pálidos y matarían con su respiración venenosa, en suma de agotar la sangre. Si un Ch'Iang Shih encuentra un montón de arroz, debe contar los granos antes de poder pasar. Su forma material es una esfera de luz.
Cordewa: Una bruja encontrada entre los Oraons, con la capacidad de convertir su alma en un "gato vampiro". Se dice que si el gato lame los labios de una persona, esta muere al poco tiempo.
Churel: Un vampiro parecido a un fantasma el cual se encuentra en la India, normalmente tiene forma de mujer que la cual a muerto embarazada durante el festival de Dewali. Ella odia la vida con un rencor incomparable el cual vuelve en contra de sus familiares. Se dice que El Churel tiene una apariencia un tanto vil, posee pechos que le cuelgan, labios feos y gruesos, una lengua negra y pelo descuidado.
Civatateo: Esta bruja-vampiro se encontraba junto a los Aztecas. Dicho ser es sirviente de varias deidades lunares, se asume que es una noble mujer quien a muerto al dar a luz. Los niños son su alimento favorito, muriendo de una enfermedad poco después del ataque. Estos vampiros aparecen con las caras blancas, las manos cubiertas con tiza blanca, y los huesos dibujados en su ropa.
Danag: Este Vampiro filipino es una de las especies más antiguas, responsable por plantar el "taro" a lo largo de las islas. El Danag trabajó con los seres humanos por muchos años pero la sociedad terminó cuando un día una mujer le cortó un dedo a un Danag, él secciono su herida, viendo el placer que le produjo el sabor a sangre él dreno completamente su cuerpo.
Dearg-due: Una criatura temida de Irlanda, cuyo nombre significa " Red Blood Sucker. " Este vampiro data de la época céltica, y aun se le teme. La única manera de contener sus depredaciones es apilar piedras sobre cualquier sepulcro sospechado y así contener tal bestia. El cuento más famoso del Dearg-due es la historia de una mujer hermosa enterrada en Waterford, en una pequeña de la iglesia cerca de un árbol. Varias veces al año ella se levantaba de su tumba, usando su apariencia para llevar a su víctima a la tumba.
Doppelsauger: Este vampiro alemán se encuentra en las regiones norte, entre los Wends (una raza de Eslava). El Doppelsauger comerá las partes carnosas del pecho y así dejara ir la esencia de la vida.
Ekiminu: Ekiminus es alcohol maligno (medio fantasma, medio vampiro) no es causado por su propia muerte. Son naturalmente invisibles y son capases de poseer humanos. Se pueden destruir usando armas de madera o por exorcismo.
Eretica: El vampiro ruso, es típico que este vampiro sea un hereje que ha vuelto de la muerte. Se dice que era una mujer la cual vendió su alma en vida y después vuelve en la forma de una vieja mujer. En el anochecer el grupo de Ereticy se encuentran en un barranco y realizan una forma de sabbat. Dicho ser, es activo solamente en el otoño, era creencia que con solo mirar a los ojos de esta criatura se obtiene la muerte.
Estrie: Este espíritu hebreo, siempre con forma femenina y vive entre humanidad para satisfacer su necesidad de sangre. Su presa favorita son los niños, pero cuando la necesidad de comida se hace imperiosa ninguna criatura esta a salvo.
Gayal: Este vampiro de India surge por la mala practica de los rituales de entierro. Cuando el Gayal vuelve toma venganza sobre sus hijos u otro familiar cercano.
Impundulu: Este vampiro es sirviente de una bruja y se encuentra en la región este de África. Es pasado de madre a hija y sé utilizada generalmente para infligir el sufrimiento de los enemigos. Se dice que tiene un apetito insaciable y hay que mantenerlo continuamente alimentado, también puede tomar la forma de un hombre hermoso y así transformarse en amante.
Incubus: Sin duda una de las formas más famosas de vampiros, la forma masculina del Succubus, el Imcubus usado para visitar a mujeres en la noche, y hacerse su amante y atormentar sus sueños. Él posee todas las características del vampiro, cada noche visitas a sus víctimas, para así poder drenar la vida y a la fuerza de sus cuerpos con el deseo sexual extremo. Vampiros semejantes se han encontrado en comunidades gitanas y Eslavas.
Jararacas: Vampiro brasileño, se cree que aparece en forma de serpiente, se alimenta del pecho de una mujer.
Jigarkhwar: Una bruja vampiro la cual se encuentra en cierta región de India. Ella se alimenta extrayendo el hígado de las personas con mirada fija y varios encantamientos. El hígado después se cocina y se come, en este caso la víctima muere.
Katalkanas: El vampiro de Creta es como muchos de los originales, pero sólo puede ser matado haciéndole un tajo en la cabeza y echándole vinagre hervido.
Krvopijac: Estos son vampiros búlgaros. Se parecen a los vampiros normales, pero tienen un solo orificio nasal y una lengua puntiaguda. Se pueden inmovilizar poniendo rosas alrededor de sus tumbas. Puede ser destruido por un mago, que lo debe poner en una botella y tirarlo a una hoguera. Kasha: Este vampiro japonés se alimenta de cadáveres en sepulcros o bien los devora antes de la cremación.
Kozlak: De este vampiro de Dalamtian poco se sabe. También es frecuente entre la creencia Croata. Kuang-shi: Vampiro chino, causado por la posesión demoniaca de un cadáver recientemente difunto. Este vampiro tiene una apariencia aterrorizante, a medida que se va haciendo mas viejo también gana habilidades, se rumorea que tiene la capacidad de volar.
Lamia: Se supo de Lamias en la Roma antigua y Grecia. Son vampiros hembras, que a menudo aparecían mitad humano, mitad animal (a menudo la parte baja era una serpiente). Comen la carne de sus víctimas disfrutándolo tanto como cuando beben sangre. Se puede matar a un Lamia usando armas normales.
Langsuir: Vampiro malayo con la forma de una mujer hermosa. Se dice que posee uñas extremadamente largas, viste trajes verdes y tiene pelo negro que llega a sus tobillos. Ella se alimenta con la sangre de los niños.
Leanhaum-shee: Este es un misterio del folclore irlandés, realmente no es un vampiro pero su comportamiento si lo es. Ella utiliza su belleza increíble para engañar a los hombres a usando sus hechizos los pone bajo su encanto. La víctima es apartada y lentamente drenada de toda fuerza vital.
Lobishomen: Este es un vampiro portugués y brasileño, cuyas víctimas son principalmente mujeres. Este vampiro no mata realmente a sus víctimas solo toma pequeñas dosis de sangre. Después de su ataque las mujeres presentan tendencias ninfomaníacas.
Loogaroo: Vampiro del Oeste de India cada noche se dirige al "árbol del diablo" y una vez allí se quita la piel. El acecha a sus víctimas volando en forma de Bola Sulfurosa (sulfurous ball). Lugat: Se dice que este vampiro albanés es razonablemente inofensivo, solo toma poca sangre de sus víctimas, no llegando a causarles mayores daños.
Mara: Vampiro Eslavo, también se encuentra en las leyendas de la gente de Kashube en Canadá. Se cree que es el espíritu de una mujer sin bautizar, la consideran un terrible visitante nocturno que oprime a sus víctimas. En la leyenda Eslava una vez que el Mara bebe la sangre de una persona ella se transforma en su amante y volverá a visitarlo hasta causarle la muerte. También se cree que le apetece la sangre de los niños.
Masan: Vampiro de la India es generalmente el fantasma de un niño, que se deleita en atormentar y matar a otros niños.
Masani: Vampiro femenino de la India, se dice que es el espíritu de la tierra de las tumbas. Su piel es de color negro y su cacería comienza en la noche generalmente por algún rezo a un difunto. Cualquier persona que pase por el sitio del entierro será atacada.
Mormo: Este vampiro de la mitología griega es sirviente de la diosa Hecate y se cree que viene del submundo.
Moroii: Un vampiro rumano en vida. Puede ser hombre o mujer, y muestra muchas de las características de un Strigoii.
Muroni: Este vampiro se encuentra en la región de Valaquia en Rumania. Se dice que tiene la capacidad de cambiar en diversas formas animales. En una de estas transformaciones el Muroni puede matar con mayor facilidad.
Nosferatu: Nosferatu es otro nombre para el vampiro original, que se llama también vampire o vampyre. Nachzeher: Vampiro que se encuentra en Kashubes al Norte de Europa. Este vampiro tiene la capacidad de matar a sus parientes por medios psíquicos.
Nelapsi: Este vampiro eslovaco puede causar un gran daño a los seres vivientes. Se dice que el Nelapsi ha devastado aldeas enteras. También tiene la capacidad de matar con un solo vistazo.
Neuntoter: Vampiro alemán, considerado ser un gran portador de plagas.
Obayifo: Este vampiro viviente se encuentra entre la gente de Ashanti en la Costa de Oro en África. Se cree que puede ser tanto un hombre como una mujer y que por las noches deja su cuerpo humano para alimentarse. También se cree que le gustan los jóvenes y además puede causar daños en las cosechas.
Pacu Pati: Poderoso vampiro de la India. La criatura es el Señor de todos los seres que cometen travesuras. Aparece en la noche en cementerios y en lugares de ejecución.
Pelesit: Vampiro Malayo. Este vampiro invade el cuerpo de las personas, causando enfermedades y muerte. Las víctimas deliran y se encuentran bajo su posesión.
Penanggalan: Este vampiro Malayo vuela por las noches solamente con su cabeza y su cuello con sus intestinos colgando debajo. La criatura es siempre femenina y se alimenta generalmente de niños o mujeres de parto.
Pijavica: Vampiro esloveno. Es creado como consecuencia de una mala vida llevada por una persona, tal como el incesto. Se alimenta de parientes o descendientes.
Pisacha: Este vampiro de la India dista ser una criatura creada por los vicios de la humanidad. Por el contrario, el Pisacha es una deidad malvada, su pasatiempo favorito es el consumo de cadáveres frescos, también puede curar enfermedades, pero esto lo hace solo en raras ocasiones.
Polong: Vampiro de Malasia, creado embotellando pedazos de un hombre asesinado se usa para realizar ciertos rituales arcaicos, se crea un enlace entre el creador del Polong permitiendo que el se alimente un poco cada día por medio de su dedo. El Polong es asociado con el Pelesit. Ramanga: Este vampiro viviente se encuentra en Madagascar. Es sirviente de los ancianos de la tribu, el Ramanga consumiría los recortes de las uñas y la sangre derramada de un miembro noble de la tribu. Rakshasa: Rakshasa es el vampiro indio con superpoderes siendo también un mago. Usualmente aparecen como humanos o se parecen a un animal (garras, colmillos, ojos, etc.) o como animales con rasgos de humanos (pies, manos, nariz, etc.). El lado animal es muy a menudo un tigre. Comen a las víctimas, descarnándolas además de beberse la sangre. Se puede destruir a un Rakshasa por la ardiente luz del sol o exorcismo.
Strigoii: Este es el vampiro Rumano. Strigoiuls es como muchos de los vampiros originales, pero les gusta atacar en bandadas. Se pueden matar poniendo ajo en su boca o quitando su corazón.
Succubus: Este es un vampiro europeo. La manera de alimentarse es teniendo relaciones sexuales agotadoras con la víctima, alimentándose de la energía sexual. Ellos pueden asumir la apariencia de otras personas. A menudo visitarán a la misma víctima más de una vez. La víctima de un Succubus experimentará las visitas como sueños.
Sbenefici benefici: Un vampiro italiano, distando de ser una deidad es enemigo mortal de todos los vampiros.
Striges: Un bruja-vampiro que la cual se puede transformar en un cuervo y después beber la sangre de los seres humanos. Clasificado entre los vampiros vivos. Talamaur: Este vampiro viviente se encuentra en Australia. Esta criatura puede comunicarse con el mundo de los espíritus, haciendo a alguno de estos espíritus su sirviente. El Talamaur puede enviar su alma para drenar la esencia vital restante de un cadáver fresco.
Tlaciques: Estas brujas Vampiros fueron encontradas entre los indios de Nahuatl en México. Pueden convertirse en una bola de fuego o en un pavo, y en estas formas se pueden alimentar inadvertidamente.
Ubour: Este vampiro búlgaro es creado cuando una persona muere violentamente o el espíritu rechaza dejar el cuerpo. Estos restos permanecerán enterrados cuarenta días y entonces se levantara de la tumba. No beberá sangre hasta que se extinguen sus otras fuentes del alimento. Se dice que el Ubour puede crear cierto resplandor con su movimiento.
Upier: Vampiro polaco bastante inusual, este vampiro se levanta a mediodía y regresa a descansar a medianoche. Se cree que tiene una lengua con púas y consume cantidades excesivas de sangre. La fascinación de esta criatura por la sangre va mucho más allá que la de otros vampiros.
Upir: Este vampiro se encuentra en Ucrania, lo que se observa en esta especie es el gran consumo de pescados. Upyr: Este vampiro ruso sé considerado como extremadamente vicioso. Primero atacará a los niños y enseguida continuará matando a los padres. Como el Upier el Upyr se levanta durante el día y duerme en la noche, y es por esta razón que su aspecto es bastante humano.
Ustrel: Este vampiro búlgaro caza exclusivamente ganado. Se cree que es el espíritu de un niño recientemente muerto el cual no se ha bautizado. Utukku: Espíritu de un vampiro Babilónico, visto a veces como un demonio. Se cree que puede ser el espíritu de una persona recientemente difunta que ha vuelto del sepulcro por una razón desconocida.
Upierczi: Estos vampiros tienen sus orígenes en Polonia y Rusia llamados también Viesczy. Tienen un aguijón debajo de la lengua en lugar de los colmillos. Están activos del mediodía a la medianoche y pueden ser destruidos cuando su cuerpo es quemado. Cuando el cuerpo ya esta quemado estallará y aparecerán animales ( ratas, etc.). Si cualquiera de estas criaturas escapa, entonces el espíritu del Upierczi escapará y volverá para buscar venganza.
Vlokoslak: Vampiros Serbios también llamados Mulos. Normalmente aparecen como personas que llevan ropa blanca. Están activos tanto de día como por la noche pudiendo asumir forma de caballos y ovejas. Ellos comen a sus víctimas y beben su sangre. Pueden ser matados cortando un dedo del pie, o por apretar una uña en su cuello.
Varacolaci: Este vampiro rumano es considerado como uno de los más poderosos. Se dice que tiene la capacidad de causar eclipses lunares y solares. Pueden aparecer como un ser humano con la piel pálida y con la piel seca. Pueden transportarse astralmente.
Volkodlak: Esta especie se encuentra en Eslovenia, conectada de alguna forma con las leyendas de los hombres lobos.
Vourdalak: Vampiro ruso, considerado en el folklore ruso como una mujer hermosa pero malvada.
Vrykolakas: Especie de vampiro encontrado en las regiones del Adriático y del Egeo. Es creado por varios medios incluso por llevar una vida inmoral. Viaja en la obscuridad y golpea las puertas, diciendo en voz alta el nombre de algunos de los habitantes de esa casa, si se responde esa persona muere poco tiempo después. Obtiene ciertas habilidades a medida que pasa el tiempo.
Vrykolatios: Una especie de vampiro se encuentra en la isla de Santorini.
Zmeu: Esta figura vampírica se encuentra en Moldavia. Toma la forma de una llama y entra en el cuarto de una muchacha o de una viuda joven. Una vez dentro, la llama se convierte en hombre, el cual las seduce

Los vampiros y los gitanos

Incluso hoy en día, los gitanos aparecen frecuentemente en la literatura y cine vampírico, sin duda debido a la influencia del libro "Drácula" de Bram Stoker, en donde los gitanos Szgany servían a Drácula, transportaban sus cajas de tierra y lo cuidaban.
En realidad, los gitanos se originaron como tribus nómadas en el norte de India, pero obtuvieron su nombre de la antigua creencia de que venían de Egipto. Para el año 1000 dC comenzaron a esparcirse hacia el oeste y se establecieron en Turquía por un tiempo, incorporando muchas palabras turcas a su idioma Romany.
Para el siglo XIV estaban en los Balcanes, y dos siglos después ya se habían esparcido por toda Europa. Los gitanos llegaron a Rumania poco tiempo antes del nacimiento de Vlad Drácula en 1431.
Su religión es compleja y varía entre las tribus, pero tienen un dios llamado O Del, además del concepto de las fuerzas del Bien y el Mal y una fuerte relación y lealtad a los parientes muertos. Creían que el alma del muerto entraba en un mundo similar al nuestro, excepto que allí no hay muerte. El alma se quedaba cerca del cuerpo y a veces quería regresar. Los mitos gitanos de los muertos vivos se agregaron y enriquecieron la mitología vampírica de Hungría, Rumania y los países eslavos.
El antiguo hogar de los gitanos, la India, tuene muchas figuras vampíricas míticas. El Bhuta es el alma de un hombre que muere antes de su tiempo. Merodeaba animando cuerpos muertos de noche y atacaba a los vivos como un ghoul. En el norte de la India se podía encontrar al brahmaparusha, una criatura cuasi-vampírica con un cuerpo rodeado de intestinos y una calavera de la que bebía sangre.
El vampiro Indio más famoso es Kali que tenía colmillos, usaba un collar de cadáveres o calaveras y tenía cuatro brazos. Sus templos se hallaban cerca de los crematorios. Ella y la diosa Durga combatieron al demonio Raktabija que podía reproducirse a si mismo de cada gota de sangre derramada. Kali bebió toda su sangre para que nada se derramara, y así ganó la batalla y mató a Raktabija.
Sara o la Diosa Negra es la forma en que Kali sobrevivió entre los gitanos. Ellos creen que las tres Marías del Nuevo Testamento fueron a Francia y bautizaron a una gitana llamada Sara. Aun tienen una ceremonia cada 24 de Mayo en la aldea francesa donde se supone que esto sucedió. Un vampiro gitano se llamaba mullo (uno que murió). Se creía que este vampiro regresaba para hacer cosas maliciosas y /o beber la sangre de una persona (usualmente un pariente que había causado su muerte, o no había hecho bien la ceremonia funeraria, o que conservaba las posesiones del muerto en lugar de destruirlas como era apropiado.)
Las vampiras podían volver y tener una vida normal e incluso casarse, pero dejaban a sus esposos exhaustos. Se creía que cualquiera que tuviera apariencia horrible, le faltara un dedo, o tenía apéndices animales, etc. era vampiro. Incluso las plantas o los perros, los gatos o los animales de la granja podían convertirse en vampiros. Las calabazas o los melones que se mantenían demasiado en la casa comenzaban a moverse, hacer ruidos o a mostrar sangre.
Para librarse de un vampiro, la gente contrataba a un dhampiro (el hijo de un vampiro y su viuda) para que detectara al vampiro. Para alejar a los vampiros, los gitanos clavaban clavos de acero o hierro en el corazón del cadáver y ponían pedazos de acero en su boca, sobre los ojos y oídos y entre los dedos en el momento del entierro. También ponían madera espinosa en la media del cadáver o clavaban una estaca de madera espinosa a través de las piernas. Otras medidas eran clavar estacas en la tumba, dejar caer agua hirviendo sobre ella, decapitar al cadáver, o quemarlo.
A pesar de la disrupción de las vidas de los gitanos por los varios regímenes comunistas de Europa oriental, ellos retienen aun mucho de su cultura. En 1992 un nuevo rey de los gitanos fue elegido en Bistritz, Rumania.

Rumania

Rumania está rodeada por países eslavos, lo que hace que no sea sorprendente que sus vampiros son variantes del vampiro eslavo. Se los llama Strigoi, basado en el término romano strix para búho, que también pasó a significar demonio o bruja.
Hay diferentes tipos de Strigoi: los Strigoi Vii son brijas vivas que se volverán vampiros al morir. Pueden hacer que sus almas salgan de noche para encontrarse con otras brujas o con Strigoi Mort que son vampiros muertos. Los Strigoi Mort son los cuerpos reanimados que vuelven para beber la sangre de familiares, ganado y vecinos.
Una persona nacida con una membrana, una cola o fuera de matrimonio, o alguien que muriera de forma no natural, o muriera antes de ser bautizado, estaba condenado a volverse un vampiro. También lo estaba el séptimo hijo del mismo sexo en una familia, el hijo de una mujer embarazada que no comía sal o cuidada por un vampiro, o bruja. Y naturalmente, ser mordido por el vampiro, significaba la certera condenación a una existencia vampírica tras la muerte.
El Vircolac a quien a veces se menciona en el folklore estaba más cercanamente relacionado a un lobo mitológico que podía devorar el sol y la luna y luego fue conectado más con los hombres lobos que con los vampiros. La persona afectada de licantropía podía convertirse en perro, cerdo o lobo.
El vampiro usualmente recién era detectado cuando atacaba a su familia o ganado, o lanzaba cosas alrededor de la casa. Se creía que los vampiros, al igual que las brujas, eran muy activos durante la víspera del Día de San Jorge (22 de abril en el calendario Juliano, 4 de mayo en el Gregoriano), la noche en se suponía que todas las formas de mal circulaban al máximo. El día de San Jorge aun se celebra en Europa.
Se podía descubrir a un vampiro en su tumba buscando de agujeros en la tierra, un cadáver no descompuesto con una cara roja, o que tuviera un pie en la esquina del ataúd. A los vampiros vivos se los desenmascaraba distribuyendo ajo en la iglesia, y fijándose en quién no lo comía.
Se abrían frecuentemente las tumbas tres años después de la muerte de un niño, cinco después de la muerte de un joven o siete años después de la muerte de un adulto para descubrir el vampirismo.
Algunas medidas para prevenir que una persona se convirtiera en vampiro: quitar la membrana del recién nacido y destruirla antes de que el bebé pudiera comerse nada de ella, la preparación cuidadosa de los cuerpos muertos, incluyendo la prevención de que animales pasaran por arriba del cuerpo, poner una rama espinosa de rosa salvaje en la tumba, y poner ajo en las ventanas y frotarlo en el ganado, especialmente en los días de San Jorge y San Andrés.
Para destruir a un vampiro, se atravesaba el cuerpo con una estaca, y luego se lo decapitaba, para después ponerle ajo en la boca. En el siglo XIX la gente disparaba una bala a través del ataúd. En casos de resistencia, el cuerpo era descuartizado y se quemaban los pedazos, se los mezclaba con agua, y se los daba a los miembros de la familia como cura.

Vampiros eslavos

El pueblo eslavo incluye a la mayoría de los europeos del este de Rusia a Bulgaria, Serbia a Polonia tienen el folklore y leyendas de vampiros más ricas del mundo. Los eslavos vinieron del norte del Mar Negro y estaban muy asociados con los Iraníes. Antes del siglo VIII dC migraron al norte y al oeste, a donde están ahora. La Cristianización empezó casi cuando llegaron a sus nuevas tierras. Pero a través del siglo IX y X la Iglesia Ortodoxa oriental y la Iglesia Católica Apostólica Romana luchaban entre ellas por la supremacía. Formalmente se separaron en el año 1054 dC, y los búlgaros, rusos y serbios quedaron como ortodoxos, mientras que los polacos, checos y croatas se hicieron católicos. Esta separación causó una gran diferencia en la cultura vampírica – la Iglesia Católica creía que los cuerpos que no se corrompían eran santos, mientras los ortodoxos creían que eran vampiros.
El origen de los mitos vampíricos eslavos se desarrolló en el siglo IX como resultado del conflicto entre el paganismo pre-cristiano y el cristianismo. El cristianismo venció, quedando los vampiros y otras creencias paganas sobreviviendo en el folklore
Algunas causas para el vampirismo: nacer con una membrana sobre la cabeza, dientes, o cola, ser concebido en ciertos días, una muerte irregular, excomulgación, rituales funerarios mal hechos, etc. Algunas de las medidas preventivas: poner un crucifijo sobre el ataúd, o bloquear el mentón para prevenir que el cuerpo comiera la mortaja, clavar la ropa a las paredes del ataúd por los mismos motivos, poner ciertos granos o semillas en la tumba porque los vampiros tenían una fascinación con contar, o perforar el cuerpo con espinas o estacas.
Algunas pruebas de que un vampiro estaba rondando la vecindad: Muerte de ganado bovino, ovino, muerte de parientes, vecinos, cuerpos exhumados que estaban en un estado como de vida con crecimiento de las uñas o el pelo, o si el cuerpo estaba hinchado como un tambor, o si había sangre en la boca y el cuerpo tenía una complexión saludable. Los vampiros podían ser destruidos con estacas, la decapitación (los Kashubs ponían la cabeza entre los pies), fuego, repitiendo el servicio funerario, agua bendita sobre la tumba o exorcismo.

Vampiros en el folclore europeo



Los vampíros existen en el folklore de diferentes culturas del mundo desde hace cientos de años, en China son monstruos de piel verde y cabello rosado y brillantes ojos rojos, en Grecia, mujeres cuya parte inferior del cuerpo es una serpiente alada llamadas Lamia; en Japón son los Koomari, La cabeza Penanggalang en Malasia. Estos son tan sólo los diversos 'vampíros' de las culturas orientales, o lo que para estas cultura es un vampíro.
El vampíro al que conocemos e identificamos como tal, tiene sus orígenes en el folklore y misticísmo de Europa del Este, sin embargo, estos mítos fueron influenciados por los mítos chinos y de otras partes de oriente, durante intercambios de materias con ellos, de este modo se propagaron dichos mitos en la cultura de Europa del Este, principalmente en el área correspondiente a los Balcánes en las culturas eslávas y las montañas Carpathian en Hungría y Transilvania, lo que ahora se conoce como Rumania.
Los pueblos de estas regiones, creían que existían personas maldecidas que, una vez muertos, salían de sus tumbas durante la noche, para alimentarse de sus propios familiares o cualquier transeunte de la localidad, su alimento por supuesto, era la sangre de los vivos.Para librarse de los vampíros, la gente recurría a todo lo que estuviera a su disposición, se decía que el ajo los auyentaba y por ello colgaban racímos de ajo sobre las puertas, besaban un ajo antes de dormir y colgaban cruces sobre sus cabeceras. También decidían entretenerlos dejando caer sobre sus tumbas puñados de pequeñas semillas, pues se decía que tenían una fasinación por contar objetos, así que pasaban la noche contando las semillas y para cuando terminaban, el sol comenzaba a salir y debían regresar a sus tumbas. Estos son algunos detalles de manera general en que coinciden los distintos mitos europeos, sin embargo, cada región tiene sus propias formas y variedades de vampíros. En la región de los Eslávos se dá una de las mayores fuentes de mitos sobre los vampíros; ellos categorizaban a un futuro vampíro de acuerdo a ciertas características, por ejemplo, se decía que aquellos nacidos con una membrana o cola, es decir, cualquier deformidad física o bien nacido con un diente, dado que los recién nacidos no tienen dientes; también aquellos concebidos en determinados días y horas, aquellos que sufrieran una muerte violenta o fueran excomulgados, estaban condenados a ser vampíros y para evitar sus acéchos se les dejaban caer puñados de semillas para entretenerlos contando o bien atravesar el cuerpo con estácas para evitar que salieran de la tumba
Para destruírlos podían enterrársele estacas en el pecho, decapitarlos y colocar la cabeza entre las piernas, rociar la tumba con agua bendita e incluso exorcismos.
El "Vampíro" más famoso del mundo por obra de la literatura de horror, proviene de Rumania y allí, los mítos son variantes de los vampíros eslovacos, a estos se les llamaba Strigoi, los cuales se dividían en 2 tipos, los Vii y los Mort, los Vii eran brujas y hechiceros que eran capaces de separar sus almas de su cuerpos para encontrarse con las almas de otros Vii o Mort, algo similar al pandemonium de las brujas inglésas. Al morir estás brujas y hechiceros, eran llamados Mort y volvían de la muerte para alimentarse de la sangre de los vivos hasta vaciarlos, eran entonces Vampíros.
Según el mito rumano, una persona se convertiría en vampíro si nacía con alguna deformidad física, si había sido mordido por un vampíro hasta casi vaciarlo de sangre, al morir se transformaría en uno de ellos, los que habían sido maldecidos por uno y aquellos que jugaban con la magia negra corrían el riesgo de ser un vampíro al morir, igualmente aquellos que sufrieran de una muerte no natural, serían vampiros
Una de las formas que se tenían para detectar a los vampíros en la antigua Transilvania y sus alrededores más cercanos, antes de que estos despertaran y atacaran a la población, era llevar un caballo previamente bendecido por el sacerdote local, al cementerio y allí hacerlo pasar por sobre las tumbas, aquella tumba por la que el caballo se rehusara a pasar era donde descansaba un vampíro y procedían a enterrar una enorme estaca de madera en la tumba, en el área donde se intuyera estaba el pecho o el cuello.

Vampiros



Sin querer presumir de ser los dueños de la verdad presentamos una leyenda (de las muchas) sobre el nacimiento de nuestra estirpe ... Esta leyenda de vampiros es de 125 A.C. originalmente estaba escrita en griego. Las leyendas de vampiros se originaron de este a oeste en compañía de las caravanas a lo largo de la ruta de la seda por el Mediterráneo. De allí se extendieron a Asia y luego a las tierras Eslavas y los Carpatos. Los mitos estaban originalmente más estrechamente asociados con Irán, entonces emigraron alrededor del siglo VIII, a donde están ahora. Casi en cuanto llegaron, el proceso de cristianización empezó y las leyendas de vampiros sobrevivieron como mitos. Más tarde los Gitanos emigraron desde norte hacia el oeste de la India (donde tienen varios mitos de vampiros ), ya allí sus mitos se mezclaron con los del pueblo Eslavo. Los Gitanos llegaron a Transilvania brevemente antes de que Vlad Dracula naciera en 1431. El vampiro aquí era el fantasma de una persona muerta, que en la mayoría de casos habían sido una bruja, mago etc. Se tiene miedo a los vampiros, porque ellos matan personas pero al mismo tiempo se parecen a ellas. Pero hay ciertas cosas que los diferencian de un ser vivo, no puede proyectar ningún tipo de sombra ni se puede reflejar en ningún espejo. Además los vampiros pueden cambiar de forma, como por ejemplo la de un murciélago y eso lo hace sumamente difícil de capturar. Al empezar un nuevo día los vampiros tienen que dormir en sus ataúdes por que los rayos del sol los matarían, pero por la noche despiertan sedientos de sangre. La forma más común de nutrirse es volando por una ventana, en forma de murciélago y entonces morder a la víctima en el cuello y succionarle toda la sangre. Los vampiros no pueden entrar a una casa sin ser invitados, pero en cuanto tienen el permiso, pueden entrar tan a menudo como ellos quieran. El vampiro no es peligroso solo porque mata a las personas sino porque sus víctimas después de muertas se convierten en vampiros. El lado mas fuerte de los vampiros es que son casi inmortales, sólo algunos ritos muy especiales poden matarlos tal como: poner una estaca en su corazón, cortar su cabeza o quemar su cuerpo.

viernes, 18 de enero de 2008

Gone With The Sin

Titulo: Gone Whit The Sin
Artista: HIM (His Infernal Majesty)
Album: Razorblade Romance
I love your skin oh so white
I love your touch cold as ice
And I love every single tear you cry
I just love the way you're losing your life
my Baby, how beautiful you are
my Darling, completely torn apart
You're gone with the sin my Baby
and beautiful you are
You're gone with the sin my Darling
I adore the dispair in your eyes
I worship your lips once red as wine
I crave for your scent sending shivers down my spine
I just love the way you're running out of life
my Baby, how beautiful you are
my Darling, completely torn apart
You're gone with the sin my Baby and beautiful you are
You're gone with the sin my Darling

LLEVADA POR EL PECADO (GONE WHIT THE SIN)
me encanta tu tacto, frío como el hielo
y me encanta cada lágrima que derramas
simplemente me encanta el modo en que pierdes la vida
oh mi amor, que hermosa eres
oh mi amor, completamente fuera de esta vida
te ha llevado el pecado, mi amor y qué hermosa eres
tan ida por el pecado, mi amor
adoro la desesperación que hay en tus ojos
adoro tus labios, que una vez fueron rojos como el vino
suplico por tu perfume haciéndome estremecer de placer
simplemente me encanta el modo en que pierdes la vida
oh mi amor, que hermosa eres
oh mi amor, completamente fuera de esta vida
te ha llevado el pecado, mi amor y qué hermosa eres
tan ida por el pecado, mi amor

The Ghost of you


Titulo: Ghost of you
Artista: My Chemical Romance
Album: Three Cheers For Sweet Revenge

Nunca dije que mentiría y esperaría para siempre.

Si muriese, seria mejor.

Nunca puedo olvidarla,

Pero ella puede intentarlo.


Al final del mundo

O la ultima cosa que veo

Nunca vuelves a casa

Nunca vuelves a casa…

¿Puedo? ¿Debo? Y todas las cosas que nunca vas a decirme

Y todas las sonrisas que son siempre, siempre…


Tengo la sensación de que nunca estas sola

Y ahora recuerdo que ella muere en mis brazos.


Al final del mundo

O la ultima cosa que veo

Nunca vuelves a casa

Nunca vuelves a casa…

¿Puedo? ¿Debo?

Y todas las cosas que nunca vas a decirme

Y todas las sonrisas que son siempre, siempre…

Y todas las heridas que nunca me asustan

Por todos los fantasmas que nunca me van a atrapar.


Si yo caigo

Si yo me hundo

Al final del mundo

O la ultima cosa que veo

Nunca vuelves a casa

Nunca vuelves a casa…

¿Puedo? ¿Debo?

Y todas las cosas que nunca vas a decirme

Y todas las sonrisas que son siempre, siempre…

lunes, 14 de enero de 2008

La musica de los vampiros


Este es otro de mi libros preferidos, se llama "La musica de los vampiros" de Poppy Brite

Prólogo

Durante el verano las familias de los suburbios de Nueva Orleáns -Metarie, Jefferson, Lafayette-cuelgan guirnaldas en sus puertas delanteras: alegres guirnaldas de paja de color oro, púrpura y verde; guirnaldas con campanillas y tiras de cinta que cuelgan de ellas, y que son movidas por la cálida brisa enredándose unas con otras. Los niños disfrutan comiendo pasteles enormes. Cada rebanada de pastel está adornada con un recubrimiento distinto e igual de dulzón y pegajoso -las cerezas confitadas y el azúcar de distintos colores son los preferidos-, y el niño o la niña que encuentran un bebé de plástico rosado dentro de su porción de pastel gozarán de un año de buena suerte. El bebé representa al Cristo recién nacido, y los niños casi nunca se atrásús ama a los niñitos.
Los adultos compran máscaras de gato adornadas con lentejuelas para las mascaradas, y los esposos de otras mujeres atrás esposas de otros hombres hacia su pecho bajo el refugio del musgo español y el anonimato, seda caliente y lenguas que se lanzan a una búsqueda desesperada, la tierra húmeda y el blanco perfume fantasmal de las magnolias que se abren en la noche, y los farolillos de papeles multicolores del porche que brillan en la lejanía.
En el Barrio Francés el licor fluye como si fuese leche. Ristras de abalorios baratos cuelgan de los balcones de hierro forjado y adornan cuellos sudorosos. Después de que hayan pasado los desfiles, los abalorios quedan esparcidos por las calles y se convierten en la realeza de la basura que se amontona en las cunetas, colores abigarrados entre las colillas de los cigarrillos, las latas y las gafas de plástico marca Huracán. El cielo es de color púrpura, el destello de una cerilla medio oculta que se enciende detrás de una mano curvada es de color oro; el licor es verde, de un verde muy intenso, hecho de mil hierbas distintas, hecho de altares. Los que tienen la experiencia y la sabiduría suficientes para beber chartreuse durante el carnaval son muy afortunados, porque la esencia destilada de la ciudad arde en sus estómagos. El chartreuse brilla en la oscuridad, y si bebes una cantidad suficiente de él tus ojos se volverán de un verde fosforescente.
El bar de Christian estaba en la Rue de Chartres, lejos del centro del Barrio Francés yendo hacia la calle del Canal. Sólo eran las nueve y media. Nadie aparecía hasta las diez, ni siquiera en las noches del carnaval..., nadie salvo la chica del vestido de seda negra, la muchacha delgada y bajita de suave cabellera negra que caía formando un telón sobre sus ojos. Christian siempre sentía el deseo de apartársela de la cara, de sentir cómo se deslizaba entre sus dedos igual que hilillos de lluvia.
Aquella noche entró a las nueve y media, como de costumbre, y miró a su alrededor buscando a las amistades que nunca estaban allí. El viento entró detrás de ella soplando desde el Barrio Francés, y el aire de la noche onduló en cálidas oscilaciones bajando por la calle Chartres mientras se alejaba hacia el río oliendo a especias, ostras fritas, whisky y al polvo de huesos muy viejos robados y profanados. Cuando la joven vio a Christian inmóvil detrás de la barra, esbelto, blanco e inmaculado con su negra cabellera brillando sobre sus hombros, fue hacia allí y se encaramó de un salto a un taburete -tuvo que impulsarse hacia arriba con las manos-, y preguntó lo mismo que preguntaba casi todas las noches.
-¿Puedo tomar un destornillador?
-¿Cuántos años tienes, encanto? -le preguntó Christian, como le preguntaba casi todas las noches.
-Veinte.
Mentía por un mínimo de cuatrás, pero habló en un tono de voz tan bajo y tan dulce que Christian tuvo que escuchar aguzando el oído al máximo para enterarse de lo que decía. Los brazos que había apoyado sobre la barra eran delgados y estaban cubiertos por una fina pelusilla rubia, y los manchones de maquillaje oscuro eran como morados alrededor de sus ojos, y los mechones eran colitas de ratón. y sus pies diminutos con las uñas pintadas de color naranja calzados con sandalias sólo conseguían darle un aspecto todavía más infantil. Christian preparó el cóctel sin echar mucho alcohol y metió dos cerezas en el vaso. La joven pescó las cerezas con los dedos y se las comió una detrás de otra, chupándolas como si fuesen golosinas antes de empezar a tomar sorbos de su bebida.
Christian sabía que la chica venía a su bar porque las bebidas eran baratas, y porque él se las servía sin hacerle preguntas molestas sobre el carnet de identidad o el porqué una chica tan guapa quería beber a solas. Siempre se daba la vuelta con un leve sobresalto cada vez que se abría la puerta de la calle, y su mano subía revoloteando hasta su garganta.
-¿A quién estás esperando? -preguntó Christian la primera vez que entró en su bar.
-A los vampiros -replicó ella.
Siempre estaba sola, incluso la última noche del carnaval. El vestido de seda negra dejaba sus brazos y su cuello al descubierto. Antes fumaba Marlboro Lights. Christian le había dicho que todo el mundo sabía que sólo las vírgenes fumaban eso, y la chica se sonrojó y a la noche siguiente apareció con un paquete de Camels. Le dijo que se llamaba Jessy, y Christian se limitó a sonreír ante la broma de los vampiros. No sabía hasta qué punto estaba enterada, pero siempre se comportaba con mucha educación y tenía una sonrisa dulce y tímida, y era una chispita de luz que brillaba en la grisura cenicienta de cada noche vacía.
Una cosa estaba clara, y era que él no iba a morderla.
Los vampiros llegaron a la ciudad un poco antes de la medianoche. Dejaron su camioneta negra en un sitio donde estaba prohibido aparcar, echaron mano a una botella de chartreuse y bajaron con paso tambaleante por la calle Bourbon dando largos tragos de la botella por turno, los brazos pasados sobre los hombros, los cabellos de uno rozando el rostro de otro. Los tres habían resaltado sus rasgos con manchas oscuras de maquillaje, y los dos más corpulentos se habían untado el pelo con brillantina formando una confusión de nudos y curvas. Sus bolsillos estaban repletos de golosinas que devoraban haciendo mucho ruido, y las ayudaban a bajar con tragos verdes de chartreuse. Se llamaban Molochai, Twig y Zillah, y habrían deseado tener colmillos, pero tenían que conformarse con limar sus dientes hasta dejarlos lo más afilados posible, y podían caminar bajo
la luz del sol aunque sus bisabuelos no hubiesen podido hacerlo. Pero preferían moverse de noche, y cuando empezaron a bajar dando tumbos por la calle Bourbon, los tres se pusieron a cantar. Molochai arrancó el envoltorio de un HoHo, metió todo lo que pudo de la golosina en su boca y siguió cantando, con el resultado de que envió un diluvio de trocitos de chocolate al rostro de Twig.
-Dame un poco -pidió Twig.
Molochai se sacó un poco de HoHo de la boca y se lo ofreció a Twig. Twig no pudo contener la risa. Cerró los labios con todas sus fuerzas y meneó la cabeza, pero acabó rindiéndose y lamió la pasta marrón de los dedos de Molochai.
-Perros repugnantes -dijo Zillah.
Zillah era el más hermoso de los tres. Tenía un rostro simétrico y andrógino de piel lisa y suave, y unos ojos relucientes tan verdes como la última gota de chartreuse que queda en el fondo de la botella. Lo único que delataba el sexo de Zillah eran sus manos. Eran grandes y fuertes, y las venas se abultaban bajo la delicada piel blanca. Llevaba las uñas muy largas y puntiagudas, y lucía la cabellera color caramelo recogida en la nuca con un pañuelo de seda púrpura. Unos cuantos mechones de la cola de caballo habían escapado para enmarcar aquel rostro asombrosamente bello y la puñalada verde de sus ojos. Zillah era una cabeza y media más bajo que Molochai y Twig, pero su gélida seguridad en sí mismo y la forma en que avanzaba flanqueado por las siluetas más altas de sus compañeros indicaban a todo el que pudiese verles que Zillah era el líder absoluto del grupo.
Los rasgos de Molochai y Twig eran como dos esbozos del mismo rostro hechos por pintores distintos. Uno había usado ángulos y líneas rectas, y el otro había trabajado con curvas y círculos. Molochai tenía cara de bebé, con ojos grandes y redondos y una boca grande de labios siempre húmedos que le gustaba recubrir con carmín anaranjado; mientras que el rostro de Twig era anguloso y estaba lleno de astucia y vivacidad, y sus ojos se movían de un lado a otro siguiendo cada movimiento. Pero los dos tenían la misma talla y corpulencia, y lo habitual era que caminaran o se tambalearan moviéndose al unísono.
Sonrieron y mostraron los dientes a un chico muy alto con uniforme nazi completo que se había cruzado en su camino. Vistos desde cierta distancia los dientes limados de Molochai y Twig no llamaban la atención salvo por la película de chocolate que los cubría, pero la leve chispa de la sed de sangre que ardía en sus ojos hizo que el chico se apresurara a apartarse para buscar problemas en otro sitio, algún lugar donde los vampiros no quisieran ir.
Se abrieron paso por entre las multitudes vestidas con colores chillones hasta llegar a la acera, y recuperaron el equilibrio apoyándose en carteles que gritaban su mensaje LOS HOMBRES SE CONVERTIRAN EN MUJERES DELANTE DE SUS OJOS!- sobre fotos de rubias con pechos cansados y una sombra de barba en las mejillas. Se tambalearon dejando atrás exhibidores con hileras de postales y camisetas y los bares que invadían la acera y servían bebidas a los transeúntes. Los fuegos artificiales florecían sobre sus cabezas y teñían el cielo de púrpura con su humareda, y la atmósfera estaba saturada de humo, alientos que apestaban a licor y neblina llegada del río. Molochai dejó que su cabeza cayera sobre el hombro de Twig y alzó la mirada hacia el cielo, y los fuegos artificiales le deslumbraron llenándole los ojos de luz.
Dejaron atrás las luces chillonas de la calle Bourbon, torcieron hacia la izquierda por la oscuridad de Conti y llegaron a Chartres. No tardaron en encontrar un bar diminuto con ventanas de cristales
multicolores en cuyo interior brillaba una claridad amistosa e invitadora. En el letrero colocado sobre la puerta se leía CHRISTIAN'S. Los vampiros entraron en el bar dando tropezones.
Eran los únicos clientes, salvo por una muchacha sentada en la barra, así que ocuparon una mesa y dejaron caer otra botella de chartreuse sobre ella y bebieron hasta terminarla mientras hablaban en voz alta entre ellos, y después miraron a Christian, rieron y se encogieron de hombros. La frente de Christian era enorme y muy pálida, y sus uñas eran tan largas y puntiagudas como las de Zillah.
-Quizá... -dijo Molochai.
-Pregúntaselo -dijo Twig.
Los dos miraron a Zillah buscando su aprobación. Zillah lanzó una rápida mirada a Christian y enarcó lánguidamente una ceja, y después alzó un hombro en un encogimiento casi imperceptible.
Nadie prestó ninguna atención a la chica de la barra, aunque no paraba de mirarles. Le brillaban los ojos, y sus labios humedecidos estaban ligeramente entreabiertos.
Cuando Christian les trajo la cuenta, Molochai hurgó en su bolsillo y acabó extrayendo una moneda. No la puso en la mano de Christian, sino que la alzó ante la luz para que Christian pudiera verla bien. Era un doblón de plata, del mismo tamaño y forma que los que eran arrojados desde las carrozas del desfile de carnaval junto con el montón de tesoros de otras muchas variedades de baratijas los abalorios, los juguetes multicolores, las golosinas-, pero este doblón era mucho más pesado y mucho, mucho más antiguo que aquellos. Christian no logró distinguir el año. La plata estaba llena de arañazos y señales, y había sido manchada por los dedos pringosos de Molochai; pero la imagen seguía estando muy clara. Christian contempló la cabeza de un hombre muy hermoso con unos labios enormes y sensuales, unos labios que habrían sido rojos como la sangre de no haber estado esculpidos en la fría pesadez de la plata, unos labios aguijoneados por colmillos largos y afilados. Debajo del rostro del hombre se curvaba la palabra BACO escrita en letras barrocas y llenas de florituras.
-¿Cómo..., cómo habéis venido? -balbuceó Christian.
Molochai le sonrió con su sonrisa chocolateada.
-Venimos en son de paz -dijo.
Miró a Zillah, quien asintió. Molochai no apartó los ojos de Zillah mientras cogía la botella vacía verde y oro de chartreuse, la rompía golpeándola contra el canto de la mesa y deslizaba un filo de cristal tan cortante como una navaja de afeitar sobre la suave piel de su muñeca derecha. El cristal abrió una delgadísima raja carmesí que resultaba casi obscena en la viveza de su color. Molochai ofreció su muñeca a Christian sin dejar de sonreír. Christian pegó los labios a la herida, cerró los ojos y chupó como un bebé‚ saboreando el Jardín del Edén en las gotas de chartreuse que se mezclaban con la sangre de Molochai.
Twig aguardó en silencio durante unos momentos. Sus ojos se habían oscurecido, y la expresión de su rostro se había vuelto distante, casi perpleja. Después cogió el brazo izquierdo de Molochai con las dos manos, y mordió la piel de la muñeca hasta que la sangre también empezó a fluir sobre ella.
Jessy lo estaba observando todo con los ojos muy abiertos con cara de incredulidad. Vio cómo la boca de Christian, su estirado y siempre digno amigo, era manchada de sangre y temblaba a causa de la pasión. Vio los dientes de Twig hundidos en la muñeca de Molochai, y vio cómo la carne era desgarrada y la sangre fluía dentro de la boca de Twig. Contempló el rostro hermoso e impasible de Zillah mirándola, sus ojos brillando como joyas verdes incrustadas en una montura de adularia, y eso fue lo que quedó más grabado en su memoria de todo cuanto vio aquella noche; y se le hizo un nudo en el estómago, y la saliva inundó su boca, y un mensaje secreto viajó desde el pliegue más suave que había entre sus piernas hasta el remolino más profundo de su cerebro...
Jessy se puso en pie sin hacer ningún ruido, y la sed de sangre que tanto había anhelado conocer se adueñó de ella. Dio un salto, arrancó el brazo de Molochai de las manos de Twig e intentó pegar sus labios a la herida; pero Molochai se revolvió contra ella hecho una furia y la apartó dándole un bofetón salvaje en la cara, y Jessy sintió el dolor en su labio un momento antes de saborear la sangre que brotó de él y notar el gusto apagado y casi imperceptible de su propia sangre en su boca. Molochai, Twig e incluso el amable y bondadoso Christian estaban inmóviles y no apartaban la mirada de ella, rostros ensangrentados de ojos feroces, como perros sorprendidos cuando acaban de matar a su presa, como amantes interrumpidos.
Pero cuando Jessy retrocedió alejándose de ellos, dos brazos de piel muy caliente la rodearon desde detrás, y un par de manos grandes y fuertes la acariciaron a través del vestido de seda.
-Su sangre es pegajosa y dulzona, querida mía -susurró una voz-. Yo puedo darte algo mucho más agradable...
Nunca llegó a saber que Zillah se llamaba Zillah, y nunca supo cómo terminó sobre una manta en el cuarto trasero del bar de Christian. Sólo supo que la sangre que brotaba de su labio acabó manchando todo su rostro, que sus dedos y su lengua exploraron su cuerpo más a fondo y más concienzudamente de lo que jamás había sido explorado antes, que hubo un momento en el que pensó que él estaba dentro de ella y que ella estaba dentro de él al mismo tiempo, y que su semen olía como los altares, y que cuando empezó a quedarse dormida sintió el roce de su caballera flotando sobre sus ojos.
Fue una de las raras noches que Molochai, Twig y Zillah pasaron separados el uno del otro. Zillah durmió sobre la manta al lado de Jessy con las manos curvadas sobre sus pechos, dos cuerpos ocultos entre las cajas de whisky. Molochai durmió con Christian en su habitación encima del bar, y Twig se acurrucó junto a él, y aunque estaban dormidos sus bocas siguieron moviéndose lenta y perezosamente sobre las muñecas de Molochai.
Y abajo, muy lejos de allí, la policía montada iba y venía por la calle Bourbon abriéndose paso través de la multitud sobre sus enormes caballos canturreando "Despejen la calle, se anuncia el final oficial de los carnavales, despejen la calle, se anuncia el final oficial de los carnavales", y cada policía ya tenía su porra preparada para estamparla en el cráneo de un borracho. Y el sol salió sobre la basura amontonada en las cunetas de la mañana del miércoles, las colillas y las latas y los abalorios multicolores olvidados en el suelo, y los vampiros durmieron con sus amantes porque preferían moverse de noche.
Molochai, Twig y Zillah se fueron de la ciudad la noche siguiente después de que se hubiera puesto el sol, y nunca llegaron a enterarse de que Jessy estaba embarazada. Ninguno de ellos había visto nacer a un niño de su raza, pero todos estaban enterados de que sus madres habían muerto durante el parto. No se habrían quedado para presenciarlo ni aunque lo hubiesen sabido.
Jessy desapareció durante casi un mes. Cuando volvió al bar de Christian fue para quedarse allí. Christian le dio los alimentos más nutritivos y suculentos que podía permitirse, y dejó que lavara copas y vasos cuando ella insistió en ganarse la manutención. A veces se acordaba de la sangre de Molochai esparcida alrededor de la boca de Christian y del semen perfumado de Zillah dentro de ella, y entonces Jessy se metía en la cama con Christian y se sentaba sobre él hasta que Christian accedía a hacerle el amor. No la mordía, y Jessy le golpeaba la cara con los puños hasta que Christian la abofeteaba y le decía que parase. Después Jessy empezaba a moverse encima de él sin hacer ningún ruido. Christian contempló cómo su estómago iba aumentando de tamaño durante los meses asfixiantes y viscosos del verano, y sus manos moldearon perezosamente la tensa piel de su vientre distendido y sus pechos hinchados.
Cuando le llegó el momento de dar a luz, Christian derramó whisky dentro de la garganta de Jessy como si fuese agua. No fue suficiente. Jessy gritó hasta que no pudo seguir gritando, y de sus ojos sólo quedó visible un poco de blanco con ribetes plateados, y chorros de sangre brotaron de su cuerpo. Cuando el bebé salió del interior de Jessy su cabeza giró y sus ojos se encontraron con los de Christian: confusos, inteligentes, inocentes... Una hilacha de tejido rosa oscuro había quedado atrásu boca diminuta. y se iba ablandando poco a poco entre las encías que no paraban de moverse.
Christian separó el bebé de Jessy del cuerpo de su madre, lo envolvió en una manta y lo alzó delante de la ventana. Si lo primero que veía en su vida era el Barrio Francés, siempre sabría orientarse por aquellas calles..., suponiendo que llegara a necesitar alguna vez ese conocimiento. Después se arrodilló entre las flácidas piernas de Jessy, y contempló el pobre pasaje desgarrado que le había proporcionado tantas noches de un placer al que no había prestado demasiada atención. Estaba destrozado y lleno de sangre.
Había tanta sangre, y se iba a desperdiciar...
Christian se lamió los labios, y volvió a lamérselos.
El bar de Christian estuvo cerrado durante diez noches. El coche de Christian, un Bel Air plateado que le había servido fielmente durante años, fue en dirección norte. Christian tomó por cualquier carretera que pareciese lo bastante anónima, y viajó por cualquier autopista que estuviese seguro no iba a recordar después.
El pequeño Nada era un bebé precioso, una criaturita que parecía hecha de azúcar hilado. Tenía unos enormes ojos azul oscuro y una abundante cabellera entre dorada y castaña. Alguien le amaría, alguien humano que viviría lejos del sur, lejos del cálido aire de la noche y de las leyendas... Nada quizá conseguiría escapar al anhelo de la sangre. Quizá sería feliz, quizá estaría entero.
Hacia el amanecer una silueta alta y esbelta envuelta en gruesas prendas negras se inclinó en un suburbio de Maryland lleno de casas elegantes y hermosas, céspedes verde oscuro y coches de líneas gráciles que prometían velocidad, dejó un bulto en un umbral y se marchó caminando lentamente sin mirar hacia atrás. Christian estaba recordando la última noche del carnaval, y el sabor a sangre y a altares invadió su boca.
El bebé llamado Nada abrió los ojos y vio la oscuridad suave como el terciopelo agujereada por los alfilerazos de luz blanca. Las comisuras de sus labios se inclinaron hacia abajo, y sus cejas se unieron en un fruncimiento de ceño. Tenía hambre. No podía ver la cestita dentro de la que reposaba, no podía leer la nota escrita con una caligrafía tan fina como los hilos de una telaraña sujeta a su manta con un alfiler: Se llama Nada. Cuiden de él y les traerá suerte. Nada estaba inmóvil en su cestita, tan cómodo y calentito como un bebé de caramelo y azúcar, tan rosado y diminuto como un Cristo recién nacido de plástico, y sólo sabía que deseaba calor, comida y luz, que es lo que desean todos los bebés. Abrió la boca hasta mostrar sus blandas encías rosadas, y chilló. Chilló durante mucho tiempo y con todas sus fuerzas hasta que la puerta se abrió y unas manos suaves y calientes cogieron la cestita y la llevaron al interior de la casa.

La voz de Dracula


Aqui os dejo el primer capitulo de "La voz de Dracula", un libro escrito por Fred Saberhagen. Leedlo o copiadlo, os lo recomiendo, merece la pena, eso si, hay que leerselo entero!!!
Introduccion

El texto que aquí se reproduce es la transcripción de una cinta que apareció en la grabadora hallada en el asiento trasero del automóvil propiedad del señor Arthur Harker, de Exeter, dos días después de la fuerte nevada que, en enero de ese año, se desencadenó inesperadamente sobre Devon. El señor Harker y su esposa, Janet, ingresaron en el hospital de Todos los Santos, en Plymouth, a la mañana siguiente de que la tormenta alcanzara su mayor intensidad. Los dos afirmaron haber abandonado su vehículo en una carretera intransitable a eso de la medianoche, pero en ningún momento facilitaron una explicación convincente acerca de lo que los impulsó a abandonar la relativa seguridad de su coche en una hora en que la tormenta estaba en su peor momento, ni cómo llegaron a Plymouth. El hospital de Todos los Santos se encuentra a unos treinta kilómetros de donde posteriormente se halló su coche, en un desvío de la carretera de Upham, delante mismo del cementerio de St. Peter, a las afueras de Dartmoor. Cuando los Harker llegaron al hospital, su estado físico y el de sus ropas hacían pensar que habían estado caminando a campo traviesa. En cuanto al coche, al encontrarlo no daba la sensación de que estuviese averiado, y, si bien las puertas y ventanillas estaban con el seguro puesto, la llave se hallaba en el contacto, que también permanecía cerrado, y el depósito de combustible estaba aproximadamente a un tercio de su capacidad.
La voz de la cinta pertenece a un hombre, es bastante profunda y habla el inglés con un ligero acento indefinible. Después de consultar a tres lingüistas expertos, éstos proporcionaron tres opiniones diferentes respecto a la lengua nativa de quien habla.
En general, la calidad de la cinta y los ruidos de fondo que se detectan son, según los técnicos, compatibles con la opinión de que la cinta se registró efectivamente en el interior de un automóvil, con el motor en marcha y el vehículo parado, la calefacción y los limpiaparabrisas en funcionamiento, y fuertes ráfagas de viento en el exterior.
Los Harker han rechazado la cinta como una «especie de broma», no han mostrado interés alguno en ella, y han rehusado hacer cualquier otro comentario. Los primeros en oírla fueron los agentes de servicio en carretera que hallaron el coche porque pensaron que la grabadora podía contener algún mensaje de emergencia abandonado por sus ocupantes. Los agentes entregaron luego la cinta a las más altas autoridades, debido a la relación de violentos crímenes en ella contenidos. No se han encontrado pruebas que relacionen la cinta con los supuestos actos de vandalismo y los robos cometidos en el cementerio de St. Peter, actualmente bajo investigación.
... esta clavija, y entonces mis palabras quedarán registradas electrónicamente para todo el mundo. Eso es fantástico. Bueno, pues... Si por fin vamos a decir la verdad, ¿de qué crímenes se me puede acusar? ¿De qué pecados infamantes y nefandos?
Supongo que me acusan de la muerte de Lucy Westenra. ¡Ah!, les juro que soy inocente. Aunque... ¿por quién podría yo jurar, que ustedes me creyeran? Más tarde, quizá, cuando empiecen a comprender algo de todo esto, pronuncie mi juramento. Es cierto que abracé a la encantadora Lucy, pero nunca en contra de su voluntad. Nunca la obligué, ni a ella, ni a ninguna de las otras.
En este punto de la cinta, otra voz, que no se ha podido identificar, susurra un par de palabras indescifrables.
¿Su bisabuela Mina Harker? Señor, permítame que me ría como un loco por unos instantes, y eso que hace siglos que no me río. Y permítame también que le diga que no soy un loco.
Seguramente ustedes no han creído ni una sola palabra de cuanto les he contado hasta ahora. Sin embargo, tengo intención de seguir hablándole a este aparato, y ustedes también pueden escuchar. La mañana aún queda lejos y, por el momento, ninguno de nosotros puede ir a ninguna parte. Además, ustedes dos se hallan bien armados —o al menos así lo creen— contra cualquier cosa que yo intente hacerles. Tiene usted una pesada llave inglesa en su mano derecha, mi querido señor Harker, y de la garganta de su encantadora esposa cuelga algo mucho más efectivo que cualquier cachiporra, si son ciertos todos los informes. Lo malo es que los informes sobre mí nunca han sido ciertos. Apostaría a que soy el último desconocido al que van a recoger en su coche mientras dure esta gran nevada, pero no tengo la más mínima intención de hacerles ningún daño. Ya lo verán. Sólo dejen que hable.
Yo no maté a Lucy. No fui yo quien clavó la estaca en su corazón. No fueron mis manos las que cercenaron su encantadora cabeza, ni embadurnaron con ajo su boca, aquella boca..., como si fuera un lechón dispuesto para un bárbaro festín. Y sólo a mi pesar la transformé en un vampiro, aparte de que nunca se habría convertido en un vampiro de no haber sido por el imbécil de Van Helsing y sus manipulaciones. Imbécil es uno de los calificativos más benévolos que encuentro para él...
Por lo que se refiere a Mina Murray, más tarde señora de Jonathan Harker, me quedo corto si digo que nunca tuve intención de hacerle ningún daño. Con estas mismas manos quebré la espalda a su verdadero enemigo, el loco Renfield, que pretendía violarla y asesinarla. Yo estaba enterado de cuáles eran sus intenciones; en cambio los médicos, el joven Seward y aquel imbécil, no parecían darse cuenta. Así que cuando Renfield me dijo descaradamente lo que pretendía hacerle a mi amada... ¡Ah, Mina!
Pero eso ocurrió hace mucho tiempo. Mina era ya muy vieja cuando bajó a la tumba, en 1967.
En cuanto a la tripulación del Demeter, si ustedes han leído la versión que mis enemigos dieron de lo acontecido, imagino que también me van a culpar de la muerte de aquellos marinos. Pero, díganme, en nombre de Dios, ¿por qué iba yo a asesinarlos...? ¿Qué sucede?
En este momento, la voz de un hombre,, probablemente identificable con la de Arthur Harker, pronuncia una sola palabra: «Nada».
¡Ah, claro! No creían que yo fuera capaz de pronunciar el nombre de Dios. Son ustedes víctimas de la superstición, de la pura superstición, que es una creencia despreciable, y sin duda muy poderosa. Dios y yo somos viejos conocidos. Como mínimo, soy consciente de su existencia desde mucho antes de que lo fueran ustedes, amigos míos.
Ahora imagino que empieza a preguntarse si el crucifijo que cuelga del cuello de la señora, y que hasta ahora les proporcionaba algo de seguridad, es realmente eficaz en mi caso. No se preocupen. Créanme, es tan efectivo contra mí como lo sería la pesada llave inglesa que el caballero empuña en su mano derecha.
Ahora permanezcan sentados, por favor. Hace una hora que nos hemos visto interceptados por esta tormenta de nieve, y ha transcurrido sólo media hora antes de que dejaran de intentar verme por el espejo retrovisor, antes de que empezaran a creer que mi nombre es el que les he dicho, y se convencieran de que no estaba bromeando, de que no les estaba tomando el pelo, como suelen decir ustedes. Al principio se los veía bastante despreocupados y confiados. De haber querido arrebatarles la vida o beber su sangre, a estas alturas ya habría consumado el sanguinario suceso.
No, mi intención al entrar en su coche es del todo inocente. Me gustaría únicamente que permanecieran sentados y prestaran atención durante un rato, al menos mientras intento justificarme, una vez más, ante la humanidad. Incluso a la remota fortaleza donde moro la mayor parte del tiempo ha llegado el nuevo espíritu de tolerancia que, al parecer, ha inundado la superficie terrestre en estas últimas décadas del siglo veinte. Así que, una vez más, voy a intentar... He elegido su vehículo porque casualmente pasaban por aquí esta noche... Pero no, permítanme que sea del todo sincero: se han introducido algunos cambios con la intención de que ustedes pasaran por esta carretera... Primero, porque es usted descendiente directo de un antiguo amigo mío, señor; y luego, porque me enteré de que siempre llevan consigo esta grabadora en su coche. Sí, incluso la tormenta de nieve ha sido alterada un poco. Necesitaba esta ocasión para hacer público esa especie de testamento, tanto para mí como para otros como yo.
Aunque la verdad es que no existe nadie como yo... Señor, por como se encuentran los ceniceros, me doy cuenta de que es usted fumador, y apostaría a que le apetece un poco de humo. Adelante, deje la llave inglesa al alcance de la mano y fume usted. Puede que a la señora también le apetezca un cigarrillo, con un tiempo tan desapacible como éste. ¡Oh, no! Gracias, pero yo no puedo permitírmelo.
Vamos a tener que permanecer aquí durante algún tiempo... En lo alto de los Cárpatos he visto tormentas incluso más fuertes que ésta. Sin duda las carreteras permanecerán intransitables hasta primeras horas de la mañana. A falta de raquetas para los pies, habría que ser un lobo para andar por una capa de nieve como ésta, o algo capaz de volar...
Imagino que les interesará saber, o al menos a otros podría interesarles, por qué me preocupo con esta apología pro vita sua; por qué, a estas alturas, intento defender mi nombre. Bueno, lo cierto es que, a medida que envejezco, he ido cambiando... Sí, así es. Y algunas cosas que en el pasado fueron muy importantes para mí, como por ejemplo cierta clase de orgullo, no son ahora más que polvo y cenizas en mi tumba. Como el fragmento de hostia desacralizada que perteneció a Van Helsing, y que allí dentro se convirtió en polvo.
Si he permanecido allí, en mi tumba, no es para quedarme. Todavía no ha llegado el momento de quedarme bajo la enorme piedra sobre la cual aparece grabada una sola palabra: Drácula.

Capitulo 1

Permítanme que no empiece por el comienzo de mi existencia. Incluso encerrados aquí dentro, escuchando de un tirón las palabras que brotan de mis labios, encontrarían demasiado fuerte la historia de los días en que yo respiraba y comía, y no se la creerían. Más tarde, quizás, hablaremos de aquella época. ¿Han notado ya que no respiro, excepto para coger aire y poder hablar? Mírenme fijamente cuando hablo y lo verán.
Podemos empezar en aquel momento de un buen día de primeros de noviembre de 1891, en el desfiladero del Borgo, allá en Rumania. Van Helsing y los demás creyeron que me habían atrapado y dieron fin a su crónica. También entonces estaba nevando y mis gitanos intentaron defenderme, pero sólo con cuchillos no podían hacer gran cosa contra los rifles de los cazadores montados a caballo que me encontraron a la puesta del sol, me sacaron de mi ataúd y con sus largos cuchillos fueron a por mi corazón y mi garganta...
No. Tengo la impresión de que si empezara por aquí, me adelantaría excesivamente. ¿Qué tal si lo hiciera por donde los otros iniciaron su crónica, con la cual sin duda estarán familiarizados? Empieza a primeros del mes de mayo anterior, con la llegada de Jonathan Harker a mis dominios en Transilvania, un joven agente de la propiedad al que enviaban desde Inglaterra para que me asesorase en la compra de cierta finca próxima a Londres.
Como sabrán, yo emergía de un gran letargo, un período de sosiego y reflexión sin duda bastante prolongado. En el mundo se oían nuevas voces, nuevas formas de pensamiento. Incluso en la remota cima de mi montaña, poco menos que inalcanzable y cubierta con la alfombra verde que forman los bosques centenarios, con mis sentidos internos podía oír los murmullos que atravesaban Europa a través del telégrafo, o los incipientes balbuceos de las máquinas a vapor o de los motores de combustión interna. Podía oler el humo del carbón y percibir la fiebre de un mundo que estaba cambiando.
Esta fiebre se apoderó de mí y fue creciendo en mi interior. Había estado ya demasiado tiempo recluido con mis antiguos camaradas, si es que se les puede llamar así... Ya había tenido suficientes aullidos de lobos, silbos de mochuelos, aleteos de murciélagos, susurros estúpidos de campesinos de sarmentosos dedos, o de cruces enarboladas como una maza, como si yo fuese un ejército turco. Quería reunirme de nuevo con la raza humana, salir de mi tierra natal y sumergirme en la luminosidad del progreso del mundo moderno. Ni Budapest, incluso ni París parecían lo bastante importantes, o al menos lo suficientemente grandes, para albergar lo que iba a ser mi nueva existencia.
Durante algún tiempo incluso consideré la posibilidad de trasladarme a los Estados Unidos. Pero una ciudad mayor que cualquiera de las del Nuevo Mundo estaba más a mi alcance, y resultaba mucho más susceptible a un estudio preliminar. Ese estudio me ocupó varios años, pero finalmente lo concluí. Cuando Harker llegó a mi castillo, en mayo de 1891, registró taquigráficamente en su diario «la gran cantidad de libros, revistas y periódicos ingleses» que yo tenía a mano.
Harker. Siento mayor respeto por él que por cualquier otro de la cuadrilla que, más tarde, siguió a Van Helsing en mi persecución. El valor siempre ha merecido mi respeto, y él fue un hombre valeroso, aunque un poco torpe. Además, al ser el primer y auténtico invitado en el castillo de Drácula desde hacía siglos, fue el centro de mis primeros experimentos para intentar encajar aceptablemente en la corriente del género humano.
En realidad tuve que disfrazarme de cochero para facilitarle el último tramo de su largo viaje desde Inglaterra. La ayuda de mi servidumbre era poco fiable —como a menudo le gusta decir a la gente de alcurnia—, no es que no existiera, como más tarde Harker llegaría a sospechar. Gitanos desclasados, leales a mí por superstición, me habían adoptado como a su amo, pero eran impresentables como sirvientes habituales. Así que comprendí que tendría que cuidar personalmente de mi invitado.
El ferrocarril había llevado a Harker a un lugar tan lejano como la ciudad de Bistrita, desde donde una diligencia, o carruaje público, viajaba diariamente hasta Bukovina, al noroeste de Moldavia. Tal como le había informado por carta a mi visitante, mi carruaje le aguardaba en el desfiladero del Borgo, a unas ocho o nueve horas de viaje de Bistrita, a fin de trasladarle a mi castillo. Con una hora de adelanto, la diligencia llegó al desfiladero a la hora bruja de la medianoche, cuando, para no correr riesgos, con mi calesa tirada por cuatro caballos negros me aproximaba por detrás al carruaje público, que se había detenido en pleno paisaje nocturno, medio yermo y parcialmente cubierto de pinos. Llegué en el momento preciso para oír al conductor que decía:
—Aquí no hay ningún carruaje. Probablemente no esperaban la llegada del señor. Será mejor que venga con nosotros a Bukovina y vuelva mañana o pasado... Mejor pasado mañana.
En aquel instante, algunos de los campesinos que viajaban en la diligencia se percataron de mi llegada y empezaron una tímida mezcla de rezos, juramentos y conjuros. Me acerqué un poco más, y por un momento mi imagen se vio resaltada por el resplandor de los fanales de la diligencia: vestido con uniforme de cochero, sombrero negro de ala ancha y barba postiza para completar el disfraz, elementos prestados por un gitano que en el pasado había hecho de actor ambulante.
—Amigo, ha llegado usted muy pronto esta noche —le dije al conductor de la diligencia.
—El caballero inglés tenía prisa —balbuceó el hombre, volviéndose hacia atrás y evitando mirarme a la cara.
—Sospecho que se debe más bien a que quería usted que siguiese hasta Bukovina. No puede usted engañarme, amigo; yo soy muy listo y mis caballos muy ligeros.
Sonreí a los rostros pálidos y asustados que asomaban por las ventanillas de la diligencia, y alguien en el interior murmuró una frase de Lenore: «Denn die Todten reiten schnell» (porque los muertos viajan veloces).
—Páseme el equipaje del señor —ordené, y rápidamente me lo entregaron.
Apareció entonces mi invitado, el único de entre todos los pasajeros que se atrevió a mirarme directamente a los ojos: era un joven de estatura media y notable apariencia, perfectamente afeitado, con el cabello y los ojos castaños.
Tan pronto como se instaló en el asiento contiguo al mío, hice restallar el látigo y partimos. Mientras sostenía las riendas con una mano, deslicé una capa en torno a los hombros de Harker y una manta sobre sus rodillas.
—La noche es fría, mein Herr —le dije en alemán—, y mi amo el conde Drácula me ha ordenado que cuide de usted. Por si lo necesita, debajo del asiento hay una botella de slivovitz, un brandy de ciruelas.
Harker asintió y murmuró algo, y aunque no probó el brandy, percibí que se relajaba ligeramente. Pensé que sin duda sus compañeros de viaje en la diligencia le habrían contado algunas historias disparatadas y, lo que es peor, probablemente habrían dejado caer algunos datos sobre el terrible lugar al que se dirigía. Sin embargo, yo tenía grandes esperanzas en poder disipar cualquier idea desagradable que mi huésped se hubiese formado.
Al principio conduje deliberadamente por un camino equivocado, para matar un poco el tiempo, y porque daba la casualidad de que esa noche era la víspera de San Jorge cuando todos los tesoros enterrados en aquellas montañas son fáciles de detectar a medianoche, debido a la emanación de unas aparentes llamas azuladas. Lo avanzado de mis preparativos para la expedición al extranjero había agotado en cierta medida mis reservas de oro, y quería aprovechar la ocasión para reponerlas.
Veo que dudan otra vez. ¿Creen, acaso, que mi antiguo país se parece a cualquier otro? En absoluto. Allí nací y allí no llegué a morir. Y, tal como dijo Van Helsing en una ocasión, en mi tierra «hay profundas cavernas y fisuras que llegan hasta donde nadie ha podido averiguar. Allí hubo volcanes..., aguas con propiedades extrañas, gases capaces de matar o de dar la vida». Hay que señalar que el inglés no era el idioma original de Van Helsing.
Pero eso ahora carece de importancia. Lo esencial es que aproveché esa noche para marcar unos cuantos tesoros enterrados, donde era más que probable que hubiese más de uno, como se verá. Mi pasajero experimentó una lógica curiosidad ante las sucesivas paradas del carruaje, ante el fantasmagórico resplandor de las débiles y oscilantes llamas azules que aparecían aquí y allá por el campo, y ante las diversas ocasiones en que yo me bajé para apilar unas cuantas piedras y formar un pequeño mojón. Mediante aquellas pilas, con las cuales intentaba guiarme en noches futuras, cuando me encontrase a solas, podría recuperar cómodamente los valiosos hallazgos.
Yo esperaba que la curiosidad natural de Harker ante aquellos acontecimientos se exteriorizara enseguida con una serie de preguntas, a las que yo respondería —protegido por mi disfraz de cochero— y podría demostrarle sin discusión que algunas maravillas totalmente desconocidas en Inglaterra se encontraban presentes en Transilvania. Eso le llevaría gradualmente a un estado anímico receptivo para conocer la auténtica realidad sobre mí y sobre los vampiros como raza.
Lo que yo no tuve en cuenta, en aquella ocasión, fue la condenada tendencia de los ingleses a ocuparse sólo de sus propios asuntos, que, en mi opinión, Harker llevaba a extremos absurdos, incluso para un discreto y prudente agente de la propiedad inmobiliaria. Se limitó a permanecer sentado, en el asiento delantero de la calesa, contemplando mis extrañas manipulaciones con las piedras y sin decir nada. Al final sólo llamó cuando los lobos, mis hijos adoptivos de la noche, salieron de entre las oscuras sombras del bosque y rodearon el carruaje a la luz de la luna, observándole en silencio, a él y a los nerviosos caballos. Cuando volví de señalar mi último hallazgo de la noche, y con un gesto aparté a los lobos para romper el cerco, Harker siguió sin preguntar nada. Sin embargo, al subir al asiento del conductor pude percibir su rigidez, y comprendí que estaba bastante asustado. La tensión de Harker no cedió durante lo que quedaba de trayecto, disipándose tan sólo cuando yo entré en «el patio de un bello castillo en ruinas, de cuyos altos y negros ventanales no brotaba luz alguna, y cuyos muros almenados formaban una línea dentada que se recortaba contra el cielo iluminado por la luna», así describiría él mi hogar poco después.
Dejé a Harker y su equipaje frente al gran portón principal, que se hallaba cerrado, y me llevé los caballos a los establos de la parte posterior, donde tuve que despertar de un puntapié a uno de los criados que allí roncaban —al que más crédito me merecía— para que cuidara de las caballerías. Mientras me despojaba de la barba postiza, del sombrero y de la librea, apresuré el paso por los fríos y húmedos pasillos subterráneos del castillo para recuperar mi propia identidad y dar la bienvenida a mi huésped.
Al detenerme en el pasillo donde se encontraban las habitaciones que había preparado para él, en el aire oscuro surgió un brillo trémulo que habría pasado inadvertido a unos ojos no tan habituados a la oscuridad como los míos; se oyeron unas voces tan armoniosas como la música de un ordenador y en absoluto humanas; en el ambiente se materializaron tres rostros y tres cuerpos, todos de apariencia femenina en cada uno de sus espléndidos detalles, salvo en que lucían sin reparo unos vestidos pasados de moda hacía más de un siglo. Ni Macbeth vio nunca tres figuras portadoras de tanto infortunio para los hombres.
—¿Ha llegado ya? —preguntó Melisse, la más alta de las dos morenas que formaban el trío.
—¿Cuándo podremos catarlo? —inquirió Wanda, la más bajita, de generosos pechos, mientras con la comisura de sus sonrientes labios de rubí mordisqueaba un rizo de su cabello negro y lustroso.
—¿Cuándo nos lo entregarás, Vlad? Nos lo prometiste.
Quien dijo eso fue Anna, radiantemente hermosa, la más antigua en cuanto al tiempo que llevaban a mi servicio. De todos modos, «servicio» no es la palabra exacta; sería mejor referirnos a su participación en un juego de ingenio y perseverancia, que las tres desarrollaban incesantemente contra mí, y al que, por aburrimiento, yo había dejado de jugar hacía muchas décadas.
Entré en las habitaciones que había preparado para Harker, aticé el fuego de la chimenea que había encendido previamente, dispuse sobre la mesa los platos que se estaban calentando en el hogar, y, por encima del hombro, hablé hacia el oscuro pasillo.
—Únicamente os he prometido una cosa, por lo que se refiere al joven inglés, y os lo repito una vez más: si cualquiera de vosotras se atreve a poner los labios sobre su piel, tendrá motivos para lamentarlo.
Melisse y Wanda ahogaron una risa, supongo que por haber logrado irritarme, y por obligarme a repetir una orden. En cuanto a Anna, como siempre, era ella quien debía pronunciar la última palabra:
—Pero como mínimo debería haber un poco de diversión. ¿Podremos jugar con él si se atreve a salir de sus dependencias?
No contesté: nunca fue mi estilo discutir con los subordinados. Comprobé que todo estaba a punto para Harker, al menos según la idea que yo tenía al respecto. Luego, con un antiguo quinqué de plata en la mano, me dirigí a la puerta principal, y la abrí hospitalariamente a fin de darme a conocer a mi dubitativo huésped, que seguía aguardando allí de pie, en plena noche, con las bolsas de viaje a su lado.
—¡Bienvenido a mi casa! —le saludé—. Pase sin reservas y por su propia voluntad.
Aquel extraño me sonrió confiadamente, aceptándome ni más ni menos que como un ser humano. En aquel estado de felicidad en que yo me encontraba, le repetí la bienvenida tan pronto como cruzó el umbral, y le estreché la mano, quizás algo más fuerte de lo que hubiera debido.
—¡Pase sin reservas! —le ordené—. Hágalo sin miedo y deje por ahí algo de la felicidad que trae consigo.
—¿El conde Drácula? —preguntó Harker, como si todavía pudiera haber alguna duda, mientras intentaba disimuladamente devolver un poco de vida a sus dedos entumecidos a causa del apretón de manos.
—Yo soy Drácula —contesté, saludándole con una inclinación de cabeza—, y le doy la más sincera bienvenida a mi casa, señor Harker. Pase usted. El aire de la noche es frío, necesita usted comer y descansar. —De una de las paredes colgué el quinqué y me hice cargo del equipaje de Harker, rechazando sus protestas—. No, señor, es usted mi invitado. Deje que yo mismo me encargue de cuidarle.
Harker me siguió mientras yo acarreaba sus bártulos al piso superior y a las dependencias que había preparado para él. Un fuego de leños ardía en la habitación donde la mesa estaba dispuesta para cenar, y otro en el gran dormitorio, donde deposité sus bolsas.
Con mis propias manos había preparado la cena que le aguardaba —pollo asado, ensalada, queso y vino—, y lo mismo haría con las comidas que consumiría durante las semanas de su estancia allí. ¿Ayuda por parte de las muchachas? ¡Bah! A ellas les gustaba comportarse como criaturas a las que con la amenaza de un castigo a veces se les podía impedir que hiciesen alguna travesura, pero no obligarlas a hacer bien las cosas; era parte del juego que pretendían jugar conmigo. Por otro lado, si podía evitarlo, no quería que entrasen en las habitaciones de Harker.
De modo que con mis propias manos, las manos de un príncipe de Valaquia, de un cuñado de rey, recogía sus platos sucios y sus desperdicios, por no mencionar los innumerables bacines de porcelana, y los tiraba. Supongo que habría consentido en fregar los platos, como cualquier sirviente, de no haber existido una solución más fácil. Es cierto que los platos, en su mayoría, eran de oro, pero yo estaba decidido a no escatimar nada en las atenciones hacia mi invitado. Además, si alguna vez regresaba al castillo desde mi proyectada estancia en el extranjero, sin duda podría recuperar los utensilios de oro del fondo del precipicio de trescientos metros sobre el cual se alzaba el castillo, y que me proporcionaba un vertedero plenamente satisfactorio. Los platos permanecerían allí abajo, abollados sin duda por la caída, pero limpios por el paso de las estaciones, y sin que nadie se atreviera a robármelos. Siempre he experimentado un profundo desprecio por los ladrones; yo creo que la gente de las aldeas cercanas me comprendía en este aspecto, si es que no lo lograba en algunos otros.
Durante el mes y medio que permaneció conmigo, mi cada vez más desagradecido huésped gastó una fortuna en platos de oro, hasta el punto que me vi obligado a servirle en platos de plata. Aunque, por supuesto, al final muy bien podría haberle servido la comida en trozos de corteza de árbol, y él apenas se habría dado cuenta, tan aterrado estaba entonces ante ciertas peculiaridades de mi naturaleza. Harker interpretó de forma errónea tales excentricidades, pero nunca me pidió abiertamente una explicación, y yo —por falta o por exceso de cautela— tampoco se la facilité.
Pero volvamos a aquella primera noche. Cuando mi huésped se refrescó un poco, para recuperarse del viaje, y se reunió conmigo en el comedor, me encontró apoyado en la repisa de la chimenea aguardándole ansioso, tan ávido por mantener una charla inteligente y por tener noticias de primera mano, como él por degustar una excelente comida.
—Por favor, siéntese y coma cuanto le apetezca —le dije, señalándole la mesa—. Supongo que me disculpará si no le acompaño, pero yo ya he comido, y nunca ceno.
Mientras Harker se dedicaba a comer el pollo, leí de cabo a rabo la carta que me había entregado. Era de su patrón, el señor Hawkins, quien le describía como un joven ayudante «emprendedor e inteligente a su manera, que ha dado pruebas de una gran lealtad», además de ser muy «discreto y poco hablador».
Todo esto me complacía, y no tardé en entablar en el comedor una conversación que se prolongó durante horas, mientras Harker daba cuenta de su cena, y siguió cuando luego aceptó un cigarro. Hablamos principalmente de las circunstancias de su viaje, pues yo estaba muy interesado en los trenes, que por aquel entonces no había visto nunca, y disfruté inmensamente con nuestra charla.
Al amanecer, un amistoso silencio se hizo entre nosotros, roto brevemente por los aullidos de los lobos, abajo en el valle.
—Escúchelos —dije sin reflexionar—. Las criaturas de la noche. ¡Qué música emiten!
Una momentánea mirada de consternación apareció en el rostro de mi huésped. Había olvidado que tan sólo unas horas antes, mientras disfrazado de cochero viajábamos por el serpenteante camino de la montaña, había contemplado inquieto cómo los lobos se le acercaban. De modo que me apresuré a añadir:
—Ah, señor. Ustedes, los que habitan en las ciudades, no pueden comprender los sentimientos del cazador.
Poco después, cada uno emprendió caminos separados para irse a descansar.
Al no haberse acostado hasta el alba, y debido al cansancio del viaje, era lógico que Harker durmiera hasta muy avanzado el día, de modo que pensé que no se extrañaría si no me veía, ni sabía nada de mí, hasta después de la puesta del sol. Cuando a esa hora fui a buscarle, me asusté un poco al no encontrarle en sus habitaciones. No había querido romper el encanto de aquella primera noche en compañía de un ser humano, intentando explicarle cuan peligrosas podían ser para él ciertas dependencias del castillo.
Afortunadamente, no había salido de sus límites más allá de la biblioteca, donde «con gran placer», tal como registró en su diario, descubrió «gran cantidad de libros, revistas y periódicos ingleses... Los libros eran de lo más variado: historia, geografía, política, economía política, botánica, geología, derecho; todos relacionados con Inglaterra y con la vida, las costumbres y los modales ingleses».
—Me alegro de que haya encontrado el camino hasta aquí —dije sinceramente—. Estoy seguro de que habrá muchas cosas que le interesen. Estos compañeros —hice un gesto indicando los libros— han sido muy buenos amigos míos, y, durante algunos años, desde que se me ocurrió la idea de trasladarme a Londres, me han proporcionado muchas horas de placer. En ellos he llegado a conocer a su amada Inglaterra; y conocerla es amarla. Ansío recorrer las atestadas calles de su gran Londres, encontrarme entre la multitud apresurada y febril, compartir sus vidas, sus cambios, su muerte y todo lo que la convierte en lo que es. Sin embargo, mire por dónde, sólo conozco su lengua a través de los libros. A usted, amigo, ¿le parece que la conozco lo bastante para hablarla?
—¡Pero, conde! —protestó Harker—. ¡Usted la conoce y la habla estupendamente!
—No sabe cuánto le agradezco su apreciación excesivamente halagadora, amigo mío —repliqué—, pero me temo que sólo he recorrido una mínima parte del largo trayecto que pretendo recorrer. Es cierto que conozco la gramática y el vocabulario, pero todavía no sé emplearlo.
—Por supuesto que sí, señor. Lo habla a la perfección.
—No es cierto. Si circulara y hablara en su Londres, no habría nadie que no se diese cuenta de que soy un extranjero. Y eso, a mí, no me basta. Aquí soy un noble. Soy un boyardo. El vulgo me conoce y me acepta como su señor. Sin embargo, un extranjero en un país extranjero no es nadie: la gente no le conoce, y lo que no se conoce no se aprecia. Yo me siento feliz siendo como los demás, sin que nadie se detenga a mirarme cuando me ve, ni interrumpa su conversación al oírme hablar. «¡Aja, es usted extranjero!» He sido un señor durante tanto tiempo, que me gustaría seguir siéndolo o, al menos, no ser vasallo de nadie. Usted no ha venido únicamente como agente de mi amigo Peter Hawkins, de Exeter, para ponerme al corriente sobre mi nueva propiedad en Londres... Confío en que se quede aquí conmigo durante algún tiempo, a fin de que mediante nuestras charlas yo pueda asimilar su acento inglés, y quiero que me avise cuando cometa algún error, incluso el más insignificante, en la pronunciación. Lamento haber tenido que ausentarme durante tanto tiempo hoy, pero sé que disculpará a alguien que debe atender muchos asuntos importantes.
Harker se brindó gustoso a ayudarme en mi inglés, y luego me preguntó si podía utilizar sin reservas la biblioteca. Me pareció éste un buen momento para hacerle partícipe de mis recomendaciones, así que le dije:
—Por supuesto. Puede usted ir adonde le plazca por el castillo, excepto en las estancias en que la puerta está cerrada con llave, en las que, sin duda, usted no pretenderá entrar. Existen razones para que todo esté tal como está, y si ve usted con mis ojos y aprende con mis conocimientos, sin duda lo entenderá todo con mayor facilidad.
—De eso estoy convencido, señor.
Pero yo sabía que él no podía entenderlo; todavía no podía. De modo que insistí en esta cuestión, aunque sin ser demasiado explícito.
—Nos hallamos en Transilvania, y este país no es Inglaterra. Nuestras costumbres no son las de ustedes, y habrá muchas cosas que le parecerán extrañas; aunque, por lo que me ha explicado usted sobre sus experiencias, ya está algo enterado de lo extrañas que pueden llegar a ser algunas cosas.
Esto encauzó nuestra conversación hacia la oscura región de los fenómenos extraños, y al ver que mi huésped asentía serenamente, al parecer de acuerdo conmigo, por un instante dudé y estuve a punto de contárselo todo. Pero luego decidí que no; primero tenía que lograr la amistad de Harker.
Entonces él aprovechó la ocasión para preguntarme qué podía decirle sobre las misteriosas llamas azules que había visto la noche de su llegada, y sobre el extraño comportamiento del «cochero». Con mi respuesta le facilité parte sustancial de la verdad.
—Transilvania no es Inglaterra —repetí—, y por aquí suceden cosas que hombres inteligentes, ya sean negociantes o científicos, no han sido capaces de entender. Hay una noche al año, de hecho la pasada noche, en la que los campesinos suponen que las fuerzas del mal salen libremente, y en la cual puede verse una llamita azul allí donde hay algún tesoro enterrado. Que en esta región hay enterrados muchos tesoros es algo que no puede ponerse en duda, ya que por estas tierras lucharon durante siglos los valacos, los sajones y los turcos. Por estos alrededores apenas existe un metro de suelo que no se haya enriquecido con la sangre de los patriotas y de los invasores.
Hablar del pasado me transportaba de nuevo a él, como me ocurre en estos instantes. Debajo de mí podía sentir otra vez el movimiento del corcel de guerra, cómo sus orejas se erguían al escuchar el fragor de la batalla, el chocar de las armas y los gritos de terror. De nuevo olía el hedor de la guerra y veía los estandartes y la sangre. Me acordaba de la traición de los boyardos, de la enternecedora lealtad hacia mí, el voivode, el señor de la guerra, que demostraron los hombres que cultivaban la tierra y que conocían mi rectitud. ¡Qué maravilloso era respirar el aire junto a ellos...! Pero no pensemos en eso.
—Aquélla fue una época turbulenta —seguí explicándole a Harker—, en que los austríacos y los húngaros llegaban como enjambres, y los patriotas salían a combatirlos... Hombres y mujeres, viejos y niños. Los esperaban detrás de las rocas en lo alto de los collados, y mediante aludes sembraban la destrucción entre el enemigo, pero cuando el invasor triunfaba, encontraba muy pocos bienes, en oro o en otros metales preciosos, porque el pueblo los había escondido en el suelo acogedor.
Como mínimo, Harker se encontraba a medio camino de creer en el pequeño prodigio de las llamas y los tesoros.
—Pero ¿cómo es posible que estas riquezas hayan permanecido ocultas durante tanto tiempo —inquirió—, cuando existen claros indicios de su existencia para cualquiera que se moleste en mirar?
Sonreí para mis adentros.
—¡Porque los campesinos son unos cobardes y unos estúpidos! —De hecho yo estaba pensando en los lugareños del valle, y en 1891—. Esas llamas aparecen únicamente una noche al año, y esa noche ningún hombre de esta región sale fuera de casa, si puede evitarlo.
Pasamos luego a otros asuntos y, finalmente, volvimos a la propiedad inmobiliaria.
—Y ahora, hábleme de Londres y de la casa que me ha conseguido —le pedí a mi huésped.
Mientras Harker se dirigía a su habitación en busca de los papeles y de los documentos, aproveché la oportunidad para retirar la mesa y los restos de su última comida. Con el mantel y el resto formé un fardo que tiré precipicio abajo desde una ventana que daba al oeste; durante los trescientos metros de caída, los platos sucios planearon en el aire, antes de que los restos saltaran de su interior al chocar contra las rocas. Cuando Harker volvió a reunirse conmigo, yo había encendido ya los quinqués y me hallaba sentado en el sofá, leyendo la Bradshaws's Guide.
El papeleo relacionado con la compra de la casa era muy complicado, pero Harker demostró gran competencia al orientarme a través de sus misterios. Hubo un momento en que destacó los extraordinarios conocimientos que yo tenía sobre el distrito en que se hallaba la finca —en Purfleet, a unos veinte kilómetros al este de Londres, en la margen norte del Támesis—, a pesar de lo remoto de mi localización, a lo cual repliqué:
—Bueno, amigo mío, ¿no es preciso que la conozca? Cuando vaya allí estaré solo, y mi amigo Harker Jonathan... ¡Oh!, perdone, ya he vuelto a caer en la costumbre de mi país de poner el apellido en primer lugar. Mi amigo Jonathan Harker no estará a mi lado para corregirme y ayudarme... Estará en Exeter, a ciento cincuenta kilómetros de distancia, trabajando probablemente en algunos documentos legales junto con mi otro amigo Peter Hawkins. En fin...
Firmé lo que me pareció una interminable cantidad de papeles, que a continuación metimos en un sobre para enviárselos a Hawkins. Mis gitanos, los szgany, como los llamaba por aquel entonces, aparecían con frecuencia por mi castillo, y, ya fuera por miedo ya por lealtad, mostraban hacia mi persona una entrega total. Ellos enviaban mi correo, además de conseguirme caballos y cuidármelos. A veces también me traían comida —más tarde ya comentaré mis hábitos al respecto—, y durante mucho tiempo constituyeron un útil puente entre yo y el resto de la humanidad.
Cuando finalizamos con las firmas y el envío, Harker procedió a leer sus notas, en las que describía mi nueva propiedad y cómo estaba situada. Recuerdo perfectamente su descripción, lo mismo que recuerdo los diarios del resto de mis enemigos durante aquel año. No creo que se me haya olvidado ni una sola palabra.
—En Purfleet, en una carretera secundaria, encontré un lugar exacto al que, al parecer, se requería, y donde un anuncio destartalado indicaba que la finca estaba en venta. Se halla rodeada por un alto muro de pesadas piedras y construcción antigua, al que hace muchos años que no se le practica reparación alguna. Las pesadas puertas que cierran la entrada son de roble viejo y hierro, carcomidas por la herrumbre.
»El nombre de la finca es Carfax, sin duda una adulteración del antiguo Quatre Face, pues la casa tiene cuatro caras, que coinciden con los puntos cardinales. La finca medirá unas ocho hectáreas, y se halla completamente rodeada por el muro antes mencionado. Hay muchos árboles en su interior, lo cual le proporciona algunas zonas bastante umbrías. Además, hay un profundo y oscuro estanque, pequeño lago más bien, sin duda alimentado por algunas fuentes, ya que el agua es clara y se aleja formando un arroyo de tamaño considerable. La casa es muy grande, y me atrevería a decir que pertenece a distintos períodos del pasado medieval, ya que una parte está construida con piedras tremendamente gruesas, con sólo unas cuantas ventanas muy altas protegidas con fuertes rejas. Parece como si formara parte de una fortaleza, y en un lateral hay una vieja capilla. No pude entrar en ella, pues no disponía de la llave que la conecta con el interior de la casa, pero con mi Kodak tomé algunas vistas de ella desde distintos ángulos. Hay muy pocas casas en los alrededores. Una de ellas es un enorme edificio de construcción reciente, en el que han instalado un manicomio. Sin embargo, éste no es visible desde la propiedad.
Esto último no era muy exacto, como luego averiguaría; sin embargo, estaba dispuesto a hacer algunas concesiones a la propaganda del vendedor.
—Me alegro de que sea antigua y vieja —comenté cuando él hubo finalizado su descripción—. Yo mismo pertenezco a una antigua familia, y vivir en una casa nueva sería mi muerte. Una casa no puede hacerse habitable en un día, y la verdad es que se precisan unos cuantos más para formar un siglo. También me alegro de que exista una antigua capilla... Yo ya no soy joven, y mi corazón, fatigado por muchos años de dolor por mis muertos, no se siente atraído por el regocijo... Me gustan la oscuridad y las sombras, y acostumbro a quedarme a solas con mis pensamientos siempre que puedo.
Juntos pasamos una larga velada, parecida a la del día anterior. Aquella noche, la del siete al ocho de mayo de 1891, fue la última durante algún tiempo —durante varios meses— en que ambos sentimos que todo iba a la perfección, en que no nos estudiamos como enemigos, al menos en potencia.
Por supuesto, yo había tenido la precaución de retirar todos los espejos de las habitaciones del castillo que mi huésped podía ocupar o visitar. Sin embargo, a la mañana del tercer día de estancia de Harker, entré en sus habitaciones a plena luz del día —unas horas realmente molestas para mí—, y encontré que se afeitaba ante su espejo de viaje.
Yo tenía la presunción de que cuando los humanos empezaran a aceptarme del todo y sin reservas, la psicología de muchos de ellos no les permitiría dar crédito a que yo no me reflejase en los espejos, o al menos no de manera normalmente perceptible para el ojo humano. Permítanme aquí el inciso de que una película y el tubo de rayos catódicos son cosas completamente distintas. Pero, al margen de cuáles sean los resultados de las investigaciones en este aspecto, aquella mañana me engañé a mí mismo al pensar que aquel inglés razonable y nada supersticioso no se percataría de la auténtica verdad: que cuando yo entré en su habitación, y me situé tras él en el instante en que se afeitaba, mi imagen no se reflejó en el espejo.
Me equivoqué. En cuanto le dije «Buenos días» pegado a su oído, sufrió tal sobresalto, que reaccionó físicamente y su navaja le produjo un ligero corte en la barbilla. Al instante fui consciente de que sin duda había notado la ausencia de mi imagen en el espejo, pues sus ojos oscilaron de mí al espejo varias veces, al tiempo que hacía esfuerzos para que su rostro no expresara el desconcierto. Aquello fue como una bofetada para mí, el primer indicio de que mis planes eran sin duda imposibles. Pero, aunque me sentí profundamente herido, también hice esfuerzos por mantener la compostura.
Al cabo de unos instantes, Harker renunció a perseguir mi imagen en el espejo, me devolvió, turbado, el saludo, dejó a un lado la navaja, y empezó a buscar el esparadrapo en su neceser. En la barbilla había aparecido una burbuja de sangre.
Aunque todo el mundo sabe que soy un hemófilo (en el sentido estricto de la palabra), no es cierto que la simple visión de la sangre, bajo cualquier circunstancia, baste para que me entre un deseo convulsivo por el espléndido fluido rojo. Según el diario de Harker, inolvidable para mí, y del cual cito literalmente, tan pronto como vi la sangre, mis «ojos resplandecieron con una especie de furia demoníaca», y mi mano «saltó de repente» hacia su garganta.
Y ahora pregunto yo: ¿acaso ustedes no disfrutan de un magnífico filete? Por supuesto que sí. Supongamos ahora que entran en el comedor en donde uno de sus invitados está finalizando su almuerzo y observan que en su plato queda un bocado de carne. ¿Ante una visión como ésa sus ojos resplandecerían con furia demoníaca? O supongamos que, bajo circunstancias totalmente correctas, uno de sus invitados es una joven muchacha, digamos que atractiva. Supongamos a continuación que, a causa de un error del todo inocente por parte de ella, o por la de usted, al abrir una puerta la encuentra desnuda: ¿se sentiría automáticamente provocado hasta el extremo de saltar literalmente sobre ella, sin pensar en las consecuencias? No más de lo que me sentiría yo en parecidas circunstancias. ¡Santo cielo, si la hemoglobina de un macho fuera lo único que a mí me interesara, dudo que hubiese pasado por todos los avatares y los gastos que implicaba la adquisición de una propiedad en Londres con el solo objeto de que me enviasen a un joven y rubio agente de la propiedad inmobiliaria!
Tengo que admitir que hubo —como ocurre siempre— una punzada de deseo ante la visión de la sangre. Pero fue mi preocupación por el bienestar de Harker, y nada más, lo que me impulsó a tender la mano en dirección a la herida. La amargura que experimenté al comprobar que él se había dado cuenta de que mi imagen no aparecía en el espejo, se vio gravemente potenciada en el instante en que mi mano rozó el cuello abierto de su camisa, debajo mismo de la ristra de cuentas que una vieja mujer de Bistrita le había obligado a ponerse en cuanto se enteró de cuál era su destino.
¿Una ristra de cuentas? Por supuesto, en cuanto las descubrí supe de inmediato que se trataba de un rosario, en cuyo extremo debía de colgar una cruz. Y dado que en una de nuestras charlas había averiguado que Harker era un fiel protestante —un miembro de la Iglesia Anglicana, según sus propias palabras—, sólo veía una explicación al hecho de que llevara sobre sí un crucifijo: que lo había adquirido, o le habían obligado a ponérselo como protección para su viaje a la guarida del vampiro.
Yo, que ya me imaginaba siendo aceptado por la sociedad, ví cómo mis estúpidas esperanzas se hacían añicos incluso antes de que pudiera formularlas. Pero, antes de recomponer los pedazos de mis esperanzas y aconsejarme paciencia, actué de forma precipitada. Mi primer impulso fue arrancar las cuentas de su cuello, pero el respeto me lo impidió. Yo soy católico, ¿saben?, aunque nacido en la fe ortodoxa; y en los tiempos en que yo respiraba, mantenía la dote de cinco monasterios. Con sólo un momento de reflexión, me di cuenta de lo injusto que sería atacar a Harker, un joven ignorante y bienintencionado, que sin duda no se daba cuenta de todas las implicaciones del amuleto que le habían entregado para que lo llevara.
—Vaya con cuidado —le advertí, esforzándome por dominar la rabia y la frustración—. Procure no cortarse, porque en este país es más peligroso de lo que imagina.
Yo estaba pensando en Anna, en Wanda y en Melisse, cuya reacción ante la vista y el olor de la sangre fresca de un joven macho sin duda sería menos comedida que la mía.
—¡Y esto es lo que ha provocado esa herida! —exclamé, agarrando el objeto causante de mi desgracia, e impelido a adoptar una actitud violenta a causa de la tensión que había ejercido sobre mi espíritu—. No es más que una chuchería al servicio de la vanidad humana. ¡Fuera con él!
Abrí precipitadamente la ventana y tiré por ella el espejo de Harker, que se estrelló al chocar contra el suelo del patio.
Puesto que temía hablar más de lo necesario por entonces, abandoné la habitación. ¿No habrían servido de nada todos aquellos meses —aquellos años— de cuidadosos preparativos? ¿Se llevaría Harker la verdad a su país, mezclándola con las horribles mentiras sobre mí, y haría, de algún modo, que se las creyeran? ¿Llegaría yo al muelle de Whitby, o a la estación de Charing Cross, en Londres, para encontrarme con sacerdotes exorcistas o con apestosos portadores de ajos dispuestos en formación para repelerme?
Mientras aquella funesta mañana yo intentaba recuperar la calma y reordenar mis planes, Harker, tal como anotó en su diario, empezó una medrosa exploración de las partes del castillo que no le estaban vedadas por estar las puertas cerradas con llave: al descubrir que de éstas había muchas, no tardó en llegar a la conclusión de que era un prisionero.
Nunca me lo dijo de forma explícita, ni me preguntó si eso era cierto. Pero así lo anotó: «... es inútil informar al conde sobre mis conclusiones. Sabe muy bien que me hallo prisionero; y como es él quien así lo ha querido, y sin duda tendrá sus razones, sólo conseguiría decepcionarme si le confiara la totalidad de los hechos... Sé que me sentiría decepcionado como una criatura por mis propios temores, o me vería en serios apuros».
Poco después, Harker regresó a sus habitaciones cuando yo le estaba haciendo la cama, intercambiamos unas corteses palabras, pero ninguno de los dos aludió al incidente del espejo. Luego, aquella misma noche volví a sentirme más animado al ver que mi joven visitante se sentaba conmigo para charlar como de costumbre y empezaba a hacerme preguntas sobre mi tierra y mi familia.
Creo que comprendió, o al menos empezó a comprender. No demostró tener prejuicio alguno contra mí; todo lo contrario, siguió haciéndome caso y hablándome como un amigo. Pues ¡era cierto! Era cierto lo que había leído u oído decir sobre el noble respeto que los ingleses sienten hacia los asuntos de los demás. Si bien antes había creído que Harker llevaba demasiado lejos esta tradición sobre el respeto, comprendí entonces cuan valiosa podía ser para mis propósitos tal actitud.
Mientras paseaba nervioso por la sala y me atusaba el bigote, excitado, le hablé de la gloriosa historia de mi familia y de mi raza, de los antepasados vikingos que llegaron desde Islandia para unirse y mezclarse con los hunos, cuyo furor guerrero había arrasado la tierra como una llama viva.
—Hasta que estos pueblos, en decadencia —exclamé, excitado—, pensaron que por sus venas corría la sangre de las antiguas brujas que, expulsadas de Escitia, se habían unido con los demonios del desierto. ¡Estúpidos, estúpidos! ¿Qué demonio o qué bruja fue nunca tan grande como Atila, cuya sangre corre por estas venas? —Y levanté mis brazos, así—. ¿Es tan sorprendente que fuéramos una raza de conquistadores? ¿Que fuéramos orgullosos? ¿Que cuando los magiares, los lombardos, los avaros, los búlgaros o los turcos entraron a miles por nuestras fronteras los obligásemos a retroceder?
Con placer y alegría le hablé de los hechos que tuvieron lugar durante las décadas de mi propia existencia como ser que respiraba:
—¿Quién fue, sino uno de mi propia estirpe, el que cruzó el Danubio y venció a los turcos en su propio terreno? En efecto, ¡fue un Drácula! Fue él quien, al ser derribado, se levantó una y otra vez, aunque tuviera que regresar él solo del ensangrentado campo de batalla donde sus tropas eran derrotadas. ¡Y es que sabía que sólo él podría vencer al final! Luego dijeron que no pensaba más que en sí mismo. ¡Bah! ¿De qué sirven los campesinos sin un líder? ¿Cómo se resolvería la guerra sin un cerebro y un corazón que la dirigieran? Después de la batalla de Mohacs, nos liberamos una vez más del yugo de los húngaros. Y la sangre de los Drácula estaba entre los líderes, pues nuestro carácter no soportaba el no ser libres. Joven, los Szekelys, cuyo nombre significa «guardianes de la frontera», y los Drácula, que para ellos eran como la sangre en su corazón, su cerebro y su espada, pueden jactarse de haber impedido que los Habsburgos y los Romanoff llegaran a multiplicarse como setas... Pero ahora los tiempos de guerra se han acabado. La sangre es demasiado preciosa en estos días de paz deshonrosa, y las glorias de las grandes razas son sólo una leyenda.
Yo me enfurecía y me ensalzaba mientras hablaba; mi joven inglés se mostraba tolerante con todo, pero se le veía apagado, muy apagado. Era un pensador, pero no un soñador. No había imaginación en él que le animara. Aunque, para ser honestos, debo admitir que de haber tenido imaginación lo habría pasado mucho peor de lo que lo pasó en el castillo de Drácula.
A la noche siguiente, es decir, la del once de mayo, mantuve finalmente una larga charla con Harker sobre cómo llevar los negocios en Inglaterra, a cuya conclusión le pedí que escribiese algunas cartas a casa.
—Aparte de la primera carta que le envió al señor Peter Hawkins, ¿le ha escrito alguna otra a alguien más?
—No —respondió con cierta amargura—, todavía no he tenido la oportunidad de entregárselas a nadie.
—Entonces, escriba ahora mismo, mi joven amigo —le dije, posando una mano conciliatoria sobre su hombro—. Escriba a nuestro amigo Hawkins y a quien quiera, y dígales, si no le importa, que se va a quedar un mes más conmigo.
—¿Desea usted que me quede tanto tiempo?
Harker no pudo disimular su falta de entusiasmo por la noticia. Era obvio que albergaba ciertas reticencias, pero yo aún mantenía grandes esperanzas de poder atraerme su simpatía.
—Me encantaría —repliqué—. Y no pienso admitir una respuesta negativa. Cuando su amo, su jefe o como prefiera llamarle, se comprometió a enviar a alguien en su nombre, dio a entender que era sólo para atender a mis necesidades. Supongo que no habrá contraindicaciones al respecto, ¿verdad?
Harker asintió en silencio, pero en su rostro había tal preocupación, que comprendí que sería mejor informarle de mi interés por el contenido de las cartas que fuera a enviar. Así que añadí:
—Le ruego, amigo mío, que en sus cartas no mencione más asuntos que los que se relacionen con los negocios. A excepción, por supuesto, de que se encuentra usted bien, y de que anhela el momento de regresar a casa con ellos, lo cual sin duda alegrará a sus amigos. ¿No es eso cierto?
Cuando me despedí de él aquella noche, con sus cartas en mi mano —además de alguna correspondencia propia, relacionada con el proyecto de mi viaje—, me detuve en el umbral, con la conciencia en cierto modo turbada.
—Confío en que me disculpe —le dije, y Harker se limitó a mirarme, su rostro muy cerca del mío—, pero esta noche tengo mucho trabajo que debo realizar en privado. —Nuestra despensa se hallaba vacía—. Espero que lo encuentre todo a su gusto.
Harker seguía mostrándose arisco y tuve la fuerte premonición de que los planes iban a estropearse y de que me aguardaban serias dificultades.
—Permita que le dé un consejo, mi querido amigo —añadí antes de salir—. No... Deje que le advierta seriamente. Si sale usted de sus habitaciones, por ningún motivo se quede dormido en alguna otra parte del castillo. Es muy viejo y está lleno de recuerdos, de modo que puede provocar un mal sueño a quien imprudentemente se quede dormido por ahí. Está usted avisado. Si de repente sintiera sueño, apresúrese a regresar a su dormitorio o a estas habitaciones, donde dormirá a salvo. Pero, si no es usted cuidadoso al respecto, entonces...
Finalicé la advertencia con un gesto significativo de mi mano. Sin embargo, él se limitó a mirarme: un hombre terco y cada vez más asustado.
Por supuesto, ésa fue la noche que me vio cuando yo abandonaba el castillo. ¿Por qué elegí precisamente esa noche de primavera para arrastrarme cabeza abajo por el muro que descendía hasta el precipicio, en vez de volar más discretamente como un murciélago, o caminar sin tanto aspaviento sobre cuatro patas, o incluso sobre dos, que podía resultar más tranquilizador? La única respuesta en mi defensa es que cada uno de mis sistemas de locomoción tiene sus propios estímulos, sus placeres y sus dificultades. Por otro lado, si debo decir la verdad —¿no es por eso por lo que estoy aquí, hablándole a ese aparato?—, estaba intentando esquivar a Anna, quien no paraba de suplicarme que le permitiese catar la sangre de Harker, y pensé que la mejor manera de conseguirlo era saliendo del castillo mediante la escalada.
Por eso el pobre Jonathan —que casualmente se hallaba mirando la luna por la ventana— vio que «salía de otra ventana y empezaba a bajar por aquel espantoso abismo, arrastrándose sobre los muros del castillo cabeza abajo, con la capa plegada a su cuerpo como si fueran unas grandes alas... No podía ser una ilusión. Vi cómo los dedos de las manos y de los pies se agarraban a los bordes de las piedras (yo me había atado las botas a la cintura con los cordones), igual que un lagarto que se deslizara por la pared. ¿Qué clase de hombre es ése, o qué criatura que se parece a un hombre?»
Tres noches más tarde Harker vio de nuevo cómo yo salía por los mismos medios, y, aprovechando mi ausencia, intentó salir del castillo por la puerta principal. Yo la había cerrado con llave por su propia seguridad, pero él, contrariado, dio media vuelta y fue en busca de otra salida.
Una puerta que yo había olvidado cerrar con aldaba, le permitió el paso al ala izquierda del castillo. Harker supuso que aquélla era «la parte del castillo que en el pasado ocupaban las damas». Y llegó a tal conclusión al descubrir «grandes ventanales... y por lo tanto luminosidad y comodidades» allí donde «una honda, un arco o una culebrina no podrían llegar» a causa de la altitud y lo escarpado de los riscos sobre los cuales se asentaba. Supuso que allí, «en el pasado, las damas permanecían sentadas, cantando, viviendo regaladamente, mientras sus pechos gentiles se entristecían por los hombres que estaban lejos, comprometidos en crueles batallas». Afortunadamente, las damas de antaño eran —como las de su tiempo— más fuertes y valerosas de lo que él podía imaginar. De haber comprendido este punto, todo habría sido muy distinto, no sólo en su vida, sino en la mía. Pero me estoy anticipando en mi historia.
Después de que Harker penetrara en aquellas dependencias clausuradas, durante algún rato estuvo admirando las espaciosas ventanas bajo la luz de la luna, y los muebles, que «parecían más cómodos» que cualquiera de los que había visto en el castillo. A pesar de que en aquellos aposentos encontró «una espantosa soledad» que le heló el corazón, «sin embargo era preferible a vivir a solas en las habitaciones que había llegado a odiar a causa de la presencia del conde Drácula. Y, después de intentar calmar mis nervios, sentí que se apoderaba de mí un suave sosiego».
Lógicamente, aquel estúpido calmó tanto sus nervios que, a pesar de mis más severas advertencias, se quedó dormido, y, aunque regresé a tiempo para salvarle, poco faltó para que no lo lograra; incluso yo me quedé de momento sin habla ante el alcance de su locura.
Sin dejar apenas en el suelo el fardo que yo llevaba al entrar en el castillo, intenté escuchar su respiración en sus habitaciones, pero no lo conseguí. Corrí entonces por el oscuro pasillo, cada vez con mayor celeridad, buscando a mi huésped e intentando escuchar sus ruidos, al tiempo que crecía mi preocupación. Al descubrir que la puerta del ala izquierda estaba sin cerrar, cuando yo había creído lo contrario, no me quedó más remedio que rogar que no fuese demasiado tarde.
Como ya he dicho, le descubrí a tiempo para él. En una alcoba intensamente bañada por la luz de la luna, que esparcía su encanto sobre las prosaicas ruinas labradas por el tiempo, Harker yacía boca abajo sobre un antiguo sofá, donde se había tumbado sin hacer caso del polvo que lo cubría. Wanda y Melisse se hallaban a poca distancia, disputándose el turno, esperando, mientras sobre él se inclinaba la encantadora Anna, que en aquel mismo instante posaba las afiladas puntas de sus colmillos sobre la garganta del joven. Me acerqué en forma humana por detrás de ella, y pasé mi brazo en torno a su cuello pálido y esbelto. Tiré de su cuerpo etéreo, que albergaba en su interior la fuerza de diez hombres, y la arrastré hacia atrás, al centro de la estancia.
Eché un vistazo a Harker y vi que sus venas todavía no habían sido perforadas. En aquel momento estaba medio inconsciente, en una mezcla de sueño y arrobamiento, los labios entreabiertos en una necia sonrisa, y apenas una línea del ojo brillando bajo los párpados caídos. Con la esperanza de que Harker no recordara aquella escena al día siguiente, o de que la considerara un sueño, a pesar de mi enojo dominé la voz hasta conseguir que brotara como un susurro.
—¿Cómo habéis osado tocarle vosotras? ¿Cómo os habéis atrevido a ponerle la vista encima, cuando yo os lo había prohibido? ¡Atrás, os lo ordeno! ¡Este hombre me pertenece! No os metáis con él, o de lo contrario tendréis que véroslas conmigo.
La encantadora Anna, sin duda dolorida por la frustración de ver que se le negaba la dicha cuando la creía tan segura, soltó una risa amarga y enloquecida, y se atrevió a replicarme:
—¡Tú nunca has amado a nadie! ¡Nunca has sido capaz de amar!
Y las otras, al ver que yo no mostraba interés en castigarla, se unieron a su risa.
—Te equivocas, yo también puedo amar —repliqué con voz tranquila.
Mis pensamientos entonces regresaron a un mundo lejano, totalmente distinto, un mundo que en el pasado había resplandecido y palpitado dentro de aquel castillo, dentro de aquella misma alcoba que ahora sólo contenía polvo, moho y ruinas bajo la luz de la luna.
Aquel mundo que persistía en mi recuerdo no era el de ellas, pero yo no tenía intención de darles materia para que se burlaran.
—Sí, yo también puedo amar —repetí—. Vosotras mismas podéis deducirlo por el pasado. ¿O no? Bueno, os prometo que cuando haya acabado con él podréis besarle cuanto os apetezca. ¡Y, ahora, largo! Tengo que despertarle, pues hay trabajo que hacer.
Si les dije todas estas mentiras fue para desembarazarme de las tres sin tener que castigarlas. No estaba dispuesto a castigarlas por culpa de la estupidez de Harker... Me repugna la crueldad y no la aplico a no ser que esté del todo justificada.
—¿Y no vamos a tener nada esta noche? —lloriqueó Melisse, señalando la bolsa que yo había traído, y que se movía ligeramente en el suelo.
En su interior había los pobres resultados de mi incursión: un lechón bastante escuálido que me había ofrecido una campesina con la esperanza de que, a cambio, yo ejerciera algún mal a una de sus rivales en el amor. Asentí, y de un salto las tres mujeres rodearon la bolsa y se la llevaron consigo.
En aquel instante, un gemido ahogado brotó de la silueta recostada de Harker. Me volví precipitadamente hacia él, y puedo asegurar que estaba del todo inconsciente. Lo que no supe entonces era que había tenido tiempo de ver cómo las mujeres saltaban sobre la bolsa, y que pensó que los gruñidos porcinos que brotaban de ella pertenecían, si «mis oídos no me traicionaban», al «suspiro y apagado gimoteo de una criatura medio asfixiada».
No hace falta decir que era imposible tratar de ningún asunto con él aquella noche, por mucho que lo hubiese intentado. Me lo llevé a sus habitaciones, todavía inconsciente, y le acosté; aún creía en la posibilidad de que creyera que su noche con las muchachas había sido una pesadilla, si es que la recordaba. También me tomé la libertad de registrarle los bolsillos; por vez primera eché un vistazo a su diario. Pero él tomaba sus apuntes con taquigrafía —una escritura que yo no entendería hasta mucho más tarde— y, después de examinarlo brevemente, lo volví a dejar en su sitio.
«Si estoy en mi sano juicio —escribiría al día siguiente—, sin duda es una locura pensar que, de las cosas extrañas que acechan en ese odioso lugar, el conde es la que ofrece menos riesgo para mí; que sólo a él puedo acudir para mi seguridad, aunque esto únicamente durará mientras le sirva para sus propósitos.» ¡Y yo que había creído que si recordaba algo de los horrores nocturnos, de los que había escapado por pura casualidad, al despertar me consideraría su amigo y protector! Ahí tienen un ejemplo de hasta dónde llegaba mi inocencia y mi persistente fe en el género humano.
Empecé a darme cuenta de que mi problema no residía tanto en cómo ganarme la amistad de Harker, sino en qué hacer con él, o respecto a él. Si le devolvía de inmediato a su país, sin duda tendría algunas historias extrañas que contar sobre mí cuando llegara. Mi propia partida estaba fijada para el treinta de junio —es decir, que todavía faltaba más de un mes—, mientras que Harker podía regresar fácilmente a Londres en una semana, y prepararme una recepción de lo más desagradable. Sus conocimientos respecto a mis asuntos en Inglaterra eran tan amplios, que no podría impedir tal desenlace si permitía que se marchara como mi enemigo, concediéndole la ventaja de la partida. Al mismo tiempo, él era aún mi huésped, estaba bajo mi responsabilidad, y el honor y la justicia me impedían por igual causarle daño alguno. Me habría gustado que manifestara acusaciones a las que yo pudiera responder abiertamente, que exigiese su libertad, si le preocupaban las puertas cerradas, o que se comportara como mi enemigo, para poder matarle con toda justicia.
Estuvimos a punto de llegar a esta última solución cuando descubrí que intentaba enviar clandestinamente una carta. Iba dirigida a su prometida, la señorita Mina Murray, a quien había escrito ya, a exigencias mías, el día anterior. Harker echó esta carta por la ventana —con otra dirigida a Hawkins y algunas monedas de oro— a mis gitanos, los cuales, lógicamente, me la trajeron a mí.
La carta secreta a Hawkins era muy breve, simplemente le pedía que se comunicara con Mina Murray. Pero la dirigida a ella estaba escrita en clave, con la misma escritura taquigráfica que aparecía en el diario de Harker. Cuando terminé de examinarla, a punto estuve de ir a sus habitaciones y saltar sobre él. Tuve que hacer verdaderos esfuerzos para recordar que todavía era mi invitado, que se había encontrado con unas circunstancias extrañas para un corriente joven inglés, y que no había visto mucho mundo. Aparte de que yo tampoco sabía si la misiva cifrada contenía alguna falsedad sobre mí o si pretendía perjudicarme.
Sin embargo, me sentía rabioso. Raramente me había sentido tan enojado desde el día en que clavé los turbantes a la cabeza de los mensajeros turcos cuando éstos se negaron a quitárselos en mi presencia. Recuérdenme que les cuente esto más adelante. Sin embargo, durante mis grandes rabietas siempre suelo aparentar una gran calma. De modo que cogí las dos cartas, me encaminé a las habitaciones de Harker y me senté a su lado. Me miró con una expresión culpable, desesperada y feroz que se acentuaba a medida que pasaban los días.
—Los szgany me han entregado esto —empecé con voz tranquila—. Aunque ignoro de dónde proceden, me he hecho cargo de ellas... ¡Mire usted! —exclamé, abriendo de nuevo una de las cartas—. Una es suya, y va dirigida a mi amigo Peter Hawkins. En cuanto a la otra... —Saqué del sobre la carta taquigráfica—. ¡Es una vileza, un ultraje a la amistad y a la hospitalidad...! Pero no lleva firma, así que no debe preocuparnos.
Y entonces, allí mismo, acerqué la misiva a la llama del quinqué de Harker, y la quemé. ¡Ah!, lo cierto es que no echaba de menos la luz eléctrica.
—Por lo que respecta a la carta de Hawkins —proseguí—, la voy a cursar, puesto que es de usted. Sus cartas son sagradas para mí. Le ruego me disculpe, amigo mío, por abrirla inadvertidamente.
Entregué a Harker la carta y un nuevo sobre, y comprobé cómo escribía la dirección y cerraba de nuevo la misiva. Había en su rostro tal desespero —un espasmo nervioso en una mejilla y en el ojo—, y tal temblor en sus dedos al intentar escribir, que sentí conmoverse toda mi sensibilidad, y me alegré de no haberme mostrado más severo.
Por aquel entonces yo ya llevaba cuatrocientos años observando con frecuencia a los seres humanos bajo situaciones de presión, y vi claramente que Harker se balanceaba ahora al borde de un ataque de nervios. Eso ya era en sí lamentable, aparte de que como mínimo me sentía indirectamente responsable. Sin embargo, al mismo tiempo sentía como si me hubiese quitado un peso de encima. Con un poco de suerte, cuando Harker abandonara mis dominios tendría que pasar un par de meses en un sanatorio, y nadie creería los cuentos de vampiros que fuera contando alguien cuyo equilibrio mental sin duda se había roto.
Cabía la posibilidad de que Hawkins me visitara en Purfleet, y también la prometida de Harker, la querida señorita Mina Murray —incluso en aquel entonces su nombre tenía un significado especial para mí—, para averiguar qué había ocurrido en los Cárpatos para trastornar de tal modo a su pobre muchacho. Y yo me mostraría preocupado y afable, y los recibiría cortésmente, para lo cual necesitaba renovar, al menos en parte, mi propiedad y disponer de las comodidades al uso. Para cuando Harker lograra hacer creíbles sus historias, si es que prudentemente no prefería alterarlas u olvidarse de ellas, yo ya habría conseguido establecer nuevos refugios para mí en Inglaterra, alterar incluso mi apariencia, y hasta puede que también escapar de cualquier investigación que pudieran poner en marcha.
Yo guardaba las tres cartas con fechas posteriores que sagazmente había obtenido de Harker días antes, después de explicarle cierta historia sobre la poca fiabilidad del servicio de correos. Eran simples comentarios sobre su estado de salud, que era bueno, y sobre un viaje que había realizado, dando a entender ostensiblemente que las había escrito el doce, el diecinueve y el veintinueve de junio; la última estaba fechada en Bistrita, y no en el castillo. Si conservaba aquellas tres cartas era como precaución, por si la visita de Harker tenía algún desdichado final, y ahora comprobaba que mi precaución había sido acertada. Si por algún motivo no llegaba completamente sano a su casa, aquellas cartas apartarían de mí toda sospecha.
Entregué a los gitanos la carta, ahora ya inofensiva, que Harker había vuelto a enviar a Hawkins, para que la mandaran por correo, e informé al jefe de la banda que mi huésped estaba medio loco y que había que ir con mucho cuidado con él. Por alguna extraña razón, Tatra, un tipo moreno y recio, capaz de confundirse con un centauro cuando montaba a caballo, no pareció sorprenderse excesivamente ante la noticia.
—Tatra —añadí—, te pido que, al día siguiente a mi partida, te pongas el uniforme de cochero y le bajes al desfiladero a tiempo de poder tomar la diligencia para Bistrita, donde enlazará con el tren. Obedece sus órdenes o sus peticiones, en todos aquellos pequeños detalles que te parezcan razonables, pero no cuando creas que pueden entrañar algún peligro para él. No es culpa suya el haber sufrido durante su estancia aquí; o al menos no toda la culpa es suya.
Tatra asintió y juró que haría todo lo que su amo le había mandado. Yo no dije nada más, y confié en que así lo hiciera.
Mi estado de ánimo era más alegre que en días anteriores cuando regresé a las habitaciones de Harker. Abrí la puerta con la llave —había empezado a temer que actuara temerariamente—, entré y le encontré dormido en el sofá. Al oírme se incorporó y me miró con ojerosa cautela. Parecía demasiado cansado para tener miedo.
—¡Así que está usted cansado, amigo mío! —inquirí, frotándome las manos vivamente—. Métase en la cama; es la forma más segura de descansar. Esta noche no podremos disfrutar del placer de nuestra charla; tengo muchas cosas por hacer. —Mi reserva de provisiones para él se había agotado, después de que se comiera casi todo el lechón cuyos gruñidos tanto le habían alarmado—. Pero acuéstese usted, se lo ruego.
Harker se levantó como un sonámbulo y se encaminó hacia el dormitorio, donde se dejó caer en la cama, boca abajo. Volvió a quedarse dormido casi al instante —tal como anotó al día siguiente en su diario: «la desesperación tiene sus propios momentos de tranquilidad»—, y yo aproveché la ocasión para cogerle documentos, dinero, etcétera, a fin de guardárselo. También cogí prestados sus mejores trajes, para que unas gitanas los utilizaran como modelo para hacerme ropa siguiendo la moda de los ingleses.
Esta tarea les llevó un par de semanas, pero yo pude ponerme el traje ya finalizado cuando, la noche del dieciséis de junio, salí en busca de nuevas provisiones. Anhelaba comprobar la comodidad y resistencia de mi nuevo vestuario. Sólo mucho después, cuando se me presentó la oportunidad de leer el diario de Harker pasado a máquina, me enteré de que él había vuelto a espiarme esa noche, y que imaginó que yo llevaba sus ropas mientras me deslizaba cabeza abajo por el muro... Con el propósito —si es que creen en sus apreciaciones— de empañar su reputación; para que se le atribuyera «cualquier maldad» que yo pudiera hacer a la gente del pueblo. No, señor Harker, se lo aseguro... ¿Puede usted oírme ahora desde su presunto lugar en el cielo? Lo que me reclamaba aquella noche eran otros asuntos mucho más importantes para mí que mancillar su buen nombre. «¡Santo cielo! —exclamaría sin duda algún patán aquella noche, al ver mi alta figura de pelo y bigote canos, ojos enrojecidos y vestido al estilo de Savile Row—. Ahí va el vampiro con las ropas del joven inglés. Seguro que se lo habrá comido.»
Nada más completar las tareas de aquella noche y regresar al castillo —arrastrando en mi bolsa extensible un ternero recién nacido, con el propósito de proporcionar un poco de sangre a mis muchachas, y a mi huésped algo con sabor a ternera—, una pobre mujer de la aldea más cercana irrumpió en el patio suplicando mi ayuda. Aquella pobre y valiente mujer, cuyo rostro yo nunca había visto... Ni uno entre mil de los habitantes del valle se habría atrevido a tanto en plena luz del día, y mucho menos en plena noche. Pero los imperativos de la maternidad a veces otorgan una increíble fuerza.
—¡Señor, encuéntreme a mi hijo! —suplicaba a Harker la pobre infeliz, confundiéndole conmigo al verle en uno de los altos ventanales, iluminado por la luz de la luna.
Sí, ya sé, sé muy bien que en su diario él transcribió las exclamaciones de la mujer de la siguiente manera: «¡Monstruo, devuélveme a mi hijo!». Pero ¿suponen ustedes que ella hablaba inglés? ¿O que Harker tenía a mano el diccionario multilingüe que había utilizado en la diligencia de Bistrita para hablar con aquella misma gente?
Por lo que a mí respecta, sabía muy bien que aquella mujer estaba allí sin necesidad de sacar la cabeza por la ventana para verla. Yo sí entendía sus palabras. Y tampoco necesité alzar mi voz para convocar a varias de mis preciosas criaturas —los lobos— que se encontraban a un par de kilómetros a la redonda. Se organizaron bajo mis órdenes y rápidamente peinaron el bosque, de modo que en el intervalo de una hora hallaron al niño extraviado. A base de mordiscos y tirones, le obligaron a entrar en el patio, donde la estúpida mujer —supongo que era por alguna negligencia suya que la criatura se había perdido— seguía golpeando con sus débiles manos contra mi puerta, hasta que descubrió a su hijito en medio de la jauría que le hacía escolta. Entonces agarró al niño y echó a correr hacia su casa, sin darme siquiera las gracias, ni a ninguno de mis guardianes de cuatro patas. En cuanto a Harker, en su diario insinuó que yo había secuestrado a la criatura para que me sirviera de cena, y que luego llamé a los lobos para que devoraran a la madre.
En sus ojos veo ahora que no creen en absoluto mi versión de lo ocurrido. Y bien, ¿por qué no tenía que ayudarla, como había ayudado a miles de personas cuando yo era príncipe? La mujer acudió a mí en calidad de amo, y me pidió ayuda, así que estaba obligado a prestársela. Estos comportamientos tan elementales y correctos, ya sea por lo que se refiere a ella como por lo que se refiere a mí, deberían verificarse, y su divulgación mostraría hasta qué punto el mundo se ha venido abajo. Pero es probable que parezca un viejo, hablando así.
Sin embargo, ustedes lo dudan. Insisten en creer que prefiero beberme la sangre de un niño pequeño, a hacerle saltar sobre mis rodillas. Y estarían en lo cierto si sólo existiesen dos tipos de conducta donde yo pudiera elegir.
Muy bien. Ahora es un momento tan bueno como cualquier otro para hablar de la sangre. Ustedes comen carne. ¿Comen carne de hombre o de mujer? Puede que algún mordisco amoroso jugando, pero no van más allá de eso, ¿verdad? Pues bien, de forma bastante aproximada, eso mismo es lo que me ocurre a mí. El único alimento que me sirve de sustento es la sangre caliente y, preferiblemente, de mamíferos, pero la especie de la cual pueda nutrirme me es indiferente. Por ahora, dejémoslo así. Más tarde, si disponemos de tiempo, hablaremos de por qué creo que la mayor parte de la energía que necesito me llega a través de una radiación procedente del sol que aún no se ha logrado medir.
Otra peculiaridad de la existencia vampírica reside en que los órganos reproductores, así como los sistemas de excreción, dejan de funcionar; el cuerpo no expele semillas ni desechos, pero eso no significa que carezcamos de pasión; todo lo contrario. De la misma manera que en los hombres y mujeres que respiran hay muchos deseos vehementes, además de la mera actividad sexual —permanezcan dos semanas sin comer, dos días sin beber, o dos minutos sin respirar, y verán que no me equivoco—, para nosotros la sangre es la vida, lo es todo.
Desde siempre he experimentado el amor a las mujeres, y para mí eso no ha cambiado. Pero la forma de expresarlo ya no es la misma desde que desperté de mis heridas mortales en 1476. A partir de entonces, la sangre lo es todo para mí. ¡Oh!, supongo que podría prescindir de la sangre de las dulces muchachas durante dos meses, dos años o dos siglos, si existiese algún motivo para tal abstinencia. Ya les he dicho que nunca forcé a Lucy, ni a Mina, ni a ninguna de las otras.
Pero dejémoslo así. Fue al día siguiente de la visita de la pobre aldeana cuando Harker, enloquecido de terror, se atrevió a bajar por el muro exterior del castillo desde su ventana, en vez de entrar en mis propios aposentos. Luego prosiguió por un pasillo interior hacia una capilla situada más abajo, y se encontró con las cajas de tierra que yo y mis amigos habíamos preparado para mi viaje. Al curiosear en el interior de aquellas cajas, se encontró con que en una de ellas descansaba su humilde servidor. De haber sido más listo y malvado, y si su ingenio hubiese igualado el valor que demostró al desafiar aquel muro, podría haber acabado conmigo allí mismo. Por lo que a mí respecta, en aquellos instantes no era consciente de su incursión.
El trance en que solemos caer durante el día —aunque no siempre—, entre la salida y la puesta del sol, creo que marca realmente nuestra dependencia de este astro. De la misma forma que los hombres no pueden realizar saludablemente ejercicios pesados mientras comen y digieren su comida, nosotros los vampiros entramos, en el mejor de los casos, en una especie de letargo en presencia del sol; ninguno de nosotros puede soportar durante mucho rato la potencia de sus rayos.
En todo caso, Harker me encontró allí dentro, aletargado en aquella caja medio llena de tierra blanda y húmeda. Como veremos, resulta difícil liberarse de las garras de ese letargo diurno, aunque permite permanecer más alerta que el sueño de los humanos. Nosotros no experimentamos la fatiga como los que respiráis, aunque al final debemos descansar, y eso sólo se consigue sobre la tierra pura de nuestro país. ¿Por qué sucede así? Lo ignoro. Puede que más tarde dispongamos de algún tiempo para que les exponga un par de teorías mías.
Sin saber qué pensar de mi estado, porque no respiraba, ni me movía, pero en cierto modo tampoco estaba muerto, Harker regresó a sus aposentos. Por supuesto que luego no me haría ningún comentario sobre su intrusión. Cuatro días después, el veintinueve de junio, mis planes habían concluido, igual que los trabajos de mis ayudantes. A última hora de la tarde fui a ver a Harker y le dije:
—Amigo mío, mañana debemos partir. Usted a su hermosa Inglaterra, y yo a realizar unas tareas que, según como terminen, impedirán que volvamos a vernos. Sus últimas cartas ya han salido para casa. Mañana yo ya no estaré aquí, pero todo está a punto para su viaje. Por la mañana vendrán los szgany, que deben realizar varias labores aquí, y algunos eslovacos. Cuando hayan finalizado, mi carruaje vendrá a recogerle para bajarle al desfiladero del Borgo, donde puede tomar la diligencia de Bukovina a Bistrita. Sin embargo, espero volver a verle en el castillo de Drácula.
¿Es preciso añadir que en mis charlas con Harker a veces era más diplomático que sincero? Mi deseo más ferviente era no volver a ponerle la vista encima.
Más que sorpresa, la inesperada nueva provocó en él una fuerte conmoción, un efecto tonificante. Se incorporó de un salto, y vi que recuperaba su modesta reserva de equilibrio mental, mientras hacía acopio de valor para enfrentarse a mí; sin duda una proeza mucho más ardua que escalar las lisas piedras de un muro.
Al final, con voz firme, me preguntó sin tapujos:
—¿Y por qué no puedo marcharme esta noche?
—Porque mi cochero y mis caballos han salido con una misión, mi querido amigo.
Para ser exactos, Tatra, el único de los szgany a quien podía confiar una misión tan delicada sin estar yo presente, se hallaba en aquellos momentos en una aldea cercana a Bukovina para gestionar la compra de un nuevo caballo. Las tres queridas señoras que estaban a mi servicio habían chupado la vida a un semental negro la noche anterior, y yo esperaba que los eslovacos y sus perros consumieran la carne del caballo por la mañana.
Harker sonrió como si creyera haberme atrapado —fue una sonrisa suave, meliflua, diabólica, si se me permite decirlo—, y por la expresión de sus ojos temí que estuviese ya un poco loco. Lo cual no sería de extrañar, después de haber pasado tanto tiempo meditando sobre sus temores y sus dudas, en vez de discutirlos abiertamente conmigo.
—Pero a mí no me importa bajar andando —replicó—. Quiero irme enseguida.
—¿Y su equipaje?
—No me importa. Puedo enviar a por él en otra ocasión.
Sin embargo, cuando escribió sobre ello en su diario, sí pareció importarle, ya que me acusó de robarle su mejor traje, su abrigo y su manta, además de poner en peligro su vida y su cordura. Sin embargo, entonces se cuadró firmemente sobre sus pies, y por vez primera en muchas semanas volvió a parecer el joven seguro y competente que había llegado al castillo de Drácula a primeros de mayo.
Suspiré para mis adentros. No confiaba totalmente en mis szgany, ni siquiera en Tatra, para que cumplieran al pie de la letra mis instrucciones respecto a Harker, al menos hasta que yo mismo no estuviese metido en una caja y a bordo de un mercante. De modo que pensé: ¿por qué no tomarle la palabra y permitir que baje andando hasta el desfiladero? El único peligro real que yo intuía eran los lobos, y una palabra mía a algunos de ellos, antes de que Harker partiera, le proporcionaría una escolta que garantizaría su seguridad; al menos hasta que llegara al territorio de los hombres corrientes, después de lo cual tendría que asumir sus propios riesgos, como todos nosotros.
De modo que pensé en dejarle marchar, ya que el desfiladero se hallaba tan sólo a unos pocos kilómetros, y si bien el camino era malo, no tenía desvíos y casi todo el rato era cuesta abajo. Supongo que di por descontado que aún disponía de algún dinero en sus bolsillos, junto con el diario, que conservaba en su poder. Y supongo que tampoco debería quejarme de las monedas de oro que se llevó al partir, mientras me dejaba —es decir, lo dejaba a mi servidumbre— una carta de crédito, sus mejores trajes —que yo había entregado a una muchacha gitana para que los limpiara, con resultados lamentables—, el abrigo y la manta de viaje que antes he mencionado, junto con horarios de trenes, etcétera, etcétera.
Me aparté a un lado de la puerta de su habitación, aliviado por fin de que mi huésped hubiese expresado llanamente su deseo de partir, y de que yo pudiera acceder con la suficiente rapidez y espontaneidad, a fin de que mejorase la opinión que Harker tenía sobre mí. En el último momento quise entregarle unas cuantas monedas de oro antiguas, como recuerdo de su visita. Pensé que, después de todo, quizá mi plan, tan minuciosamente elaborado, funcionaría. En cuanto Harker regresara a su entorno razonablemente humano, cambiaría de opinión sobre lo que había sucedido bajo mi techo, o, en cualquier caso, cambiaría su versión de los hechos. El retorno a su país podía hacerle un gran bien, ahorrándole al final una crisis nerviosa.
Tal como Harker anotó en su diario, fue en ese instante cuando —con una «gran amabilidad» que le hizo restregarse los ojos, «porque parecía auténtica»— yo le dije:
—Ustedes los ingleses tienen un refrán que me es muy próximo, ya que su espíritu es el que nos rige a los boyardos: «Bienvenidos sean los que vienen, y buen viaje a los que se van». Venga conmigo, amigo mío. No tiene por qué permanecer en mi casa en contra de su voluntad, por muy triste que me deje su partida. Venga.
Cogí un quinqué y partí escaleras abajo. Harker me siguió vacilante, tanteando con el pie a cada paso, como si temiera alguna trampa. Mientras tanto, utilizando esas facultades internas que me permiten hablar con los animales, llamé al castillo a tres o cuatro lobos que en aquellos instantes acechaban en los bosques cercanos, para que proporcionaran una seguridad a mi visitante durante su trayecto. Mi intención era presentarles a mi huésped y permitir que le lamiesen las manos, para que comprendieran que no debían hacerle daño. Cuando los dos llegamos a la puerta principal, los lobos estaban aullando en el patio, y, en cuanto abrí una rendija, éstos se lanzaron contra el espacio abierto. Me interpuse en su camino mientras intentaba tranquilizarlos y hacerles ver claramente cuáles eran mis deseos.
Sin embargo, aquellos aullidos y la visión de los colmillos que se asomaban entre los hocicos de lengua roja y babeante que pretendían pasar por debajo de mi brazo extendido, mientras yo intentaba contener a mis criaturas en el umbral, fue demasiado para Harker. En su diario me atribuye la «diabólica maldad» de querer que los lobos le devorasen vivo, además de conspirar para que las tres mujeres le succionaran la sangre. Dos destinos que, a mi entender, se excluyen mutuamente; más allá incluso de los poderes del conde Drácula, para que pudiera aplicarlos a una misma víctima.
—¡Cierre la puerta! —gritó Harker, y cuando sorprendido me volví hacia él, le vi apoyándose desesperadamente contra la pared, cubriéndose el rostro con ambas manos—. ¡Esperaré hasta mañana!
Era indudable que no se encontraba en condiciones de permitirle deambular de noche por la ladera de la montaña. Yo me sentía amargamente decepcionado —con cierta violencia, expulsé hacia la oscuridad a la última de las aullantes criaturas, y con fuerza cerré el portalón—, pero en aquellos instantes no le dije nada más a Harker. En silencio, le acompañé de nuevo a la biblioteca, donde le expresé unas lacónicas buenas noches. Hasta que no leí su diario no supe que aquellas tres condenadas mujeres se le acercaban a la puerta para musitarle seductoras invitaciones, torturándole con sus sonoros chupetones y sus risas, e imitando incluso mi susurrante voz para fingir una charla con ellas, en la que yo habría dicho: «¡Atrás, atrás! ¡Regresad a vuestro sitio! Todavía no ha llegado vuestra hora. ¡Esperad, tened paciencia! Esta noche es mío. ¡Mañana será para vosotras!»
No, Jonathan Harker —si es que puede oírme—, supongo que difícilmente puedo culparle por lo que más tarde me hizo. Tampoco lamentarme por lo que les pasó a Melisse, a Wanda y a la encantadora Anna cuando finalmente el sádico Van Helsing se presentó en...

Pero es preciso que siga un orden para narrar mi historia. La última noche, antes de abandonar el castillo de Drácula, cené espléndidamente: la sangre caliente de un toro. No tan sólo por simple apetito, que sí lo tenía, sino por adquirir un aspecto más joven. Claro que no veía mi rostro en un espejo desde hacía cuatrocientos años —el hecho de que yo no precise afeitarme regularmente puede ser una prueba de que existe algún bondadoso plan en este mundo—, pero, por los comentarios que de vez en cuando dejaban caer mis ocasionales camaradas, sabía que mi apariencia era la de un anciano, con el cabello y el bigote canos, aunque bastante robustos, y ojos enrojecidos como los de un animal atrapado por el haz de una de aquellas nuevas luces eléctricas. Mediante una alimentación intensa y regular puedo alterar ese aspecto, y ésa era mi intención, por si Harker decidía finalmente dar la alarma cuando yo llegase a Inglaterra.
Como ya he dicho, había cenado espléndidamente, y esperaba también dormir muy bien, probando otro de los nuevos lechos que había preparado para mi viaje. Cuando un vampiro se ha acostado en su propia tierra, completamente saciado, hay muy pocas cosas que puedan despertarle en pleno día. Sin duda un despertador infalible es la punta afilada de una estaca de madera al entrar en su caja torácica con un golpe seco y fuerte en el otro extremo. Eso es algo que sé, aunque no por experiencia propia. ¿Qué tiene la madera que en determinadas condiciones hace que sea tan absurda y definitivamente letal para los de mi especie? ¿Será que en el pasado fue materia viva y ya no lo es? El metal, que corta con tal finura la carne de los mortales y les extrae ese fluido rojo que les da vida, es totalmente incompatible con nosotros y no puede matarnos. Golpea contra nuestro peculiar cuerpo, se dispersa a través de él y lo atraviesa, pero no puede transmitirnos su fuerza mortal. ¿Balas de plata? Por lo que se refiere a los vampiros, su eficacia es mera superstición.
Pero el metal me hirió ese día cuando estaba en mi caja: una pala de bordes afilados que osciló desesperadamente en manos de Harker, quien una vez más se había atrevido a deslizarse por los muros del castillo hasta llegar a mis dominios, quien una vez más registró mis habitaciones y mis criptas con la esperanza de encontrar una llave u otros medios para salir de allí en pleno día. Volvió a encontrarme en el interior de una de las cajas y, esta vez completamente entregado al impulso de matar, cogió el utensilio puntiagudo que tenía más a mano.
Imaginen el sueño más profundo que alguna vez se haya apoderado de ustedes, tan intenso que no lo hayan podido resistir, y multipliquen por diez su inercia. En esa especie de olvido insomne permanecía yo tendido, en ese pesado letargo, en ese sopor, como si todos mis miembros estuviesen encadenados. Harker podía haberme encontrado, escudriñado y secuestrado, y yo no me habría dado cuenta ni me habría preocupado hasta que el sol se hubiese puesto. Pero cuando él levantó la pala, el soplo físico, el impulso desesperadamente asesino llegó a mí por el aire de la cripta para espabilarme, para incitarme a despertar mucho antes de que el metal siseante alcanzara su objetivo.
—¡Maldito bastardo! —Su voz era tan sólo un débil gemido susurrante, y, aun así, la percibí con claridad—. Maldita sanguijuela monstruosamente hinchada.
Mis ojos estaban abiertos, lo habían estado todo el rato, pero sólo con lentitud, de forma borrosa, conseguí desprenderme de la ceguera del trance. Me di cuenta de que habían abierto la tapa de mi caja, puesto que allí arriba estaban las nervaduras de piedra. Había luz, una débil luminosidad natural que bajaba susurrante a través de varias salas y pasadizos. Y, en un extremo de mi visión, el rostro de Harker, al principio tan sólo una pálida mancha ovalada, y luego, a medida que la imagen se hacía más clara y mis ojos empezaban a enfocar, una máscara de la locura, el rostro del hombre viviente que desde siempre ha aparecido en las pesadillas de los vampiros, la máscara del cazador, el perseguidor, el clavador de estacas, dispuesto a purificar su mundo convirtiendo en chivos expiatorios a los que todavía no hemos muerto.
Mientras emergía lenta e irremediablemente del letargo —era consciente de que no llegaría a tiempo para actuar en defensa propia—, descubrí por vez primera y con indiferencia que Harker había perdido peso desde que era mi huésped —sus brazos asomaban muy delgados bajo las sucias mangas de la camisa—, que su cabello aparecía desgreñado en torno a un rostro diabólicamente transformado, y que se afeitaba de forma irregular desde que había perdido el espejo.
—¡Maldito bastardo! —repitió con tono irritado, y su voz se quebró en un sollozo a mitad de la última palabra.
Con un leve chillido quejumbroso al tomar aire, levantó la pala y la sostuvo en el aire con ambas manos, dispuesto a descargar un golpe de canto sobre mi cara.
No pretendo alardear si digo que yo no estaba aterrorizado. Más tarde ya hablaremos sobre el miedo; ahora sólo diré que observé con tristeza cómo se aproximaba aquel tremendo golpe. Era incapaz de hacer otra cosa que no fuese girar la cabeza y mirar fijamente a mi atacante. La pala me golpeó en plena frente, y en mi cabeza penetraron la conmoción del golpe y el dolor que siguió a continuación. Intenté en vano mover las manos y los pies, y pensé que volvería a descargar otro golpe sobre mí.
¿Y Harker, qué es lo que vio? «... una sonrisa burlona en aquel rostro abotargado, que parecía impulsarme a la locura. Aquélla era la criatura a la que yo ayudaba a trasladarse a Londres, donde, entre sus millones de habitantes, probablemente podría saciar sus ansias de sangre durante los siglos venideros y crear un nuevo círculo de semidemonios en constante crecimiento que se abatieran sobre los desvalidos... Cogí una pala... y, levantándola sobre mi cabeza, con el canto golpeé con fuerza aquel odioso rostro. Sin embargo, en aquel instante giró la cara y sus ojos se posaron en mí con todo el brillo del horror en sus pupilas. Pareció como si aquellos ojos me paralizaran, y la pala giró en mi mano, desviándose de su trayectoria hacia la cabeza, provocando tan sólo un profundo corte en la frente».
Como réplica, tan sólo puedo añadir que para mí fue también una conmoción ver a Harker dirigiendo la pala contra mi cabeza.
Desconcertado por mi movimiento, y por el fracaso de su primer ataque para destruirme, dejó que la pala cayera de sus manos, y de alguna forma su caída provocó que la tapa de la caja cayera también, dejándome en la oscuridad, a la espera del siguiente ataque. A quienes estén interesados en esta historia, quizá sea una suerte que, en aquel preciso instante, nuestro enfrentamiento se viese interrumpido por «una canción gitana, que alegres voces entonaban» en el exterior, que iba aproximándose, acompañada por los ruidos de los szgany al entrar en el patio con sus pesadas carretas, para iniciar mi traslado. Harker se apresuró escaleras arriba, donde efectuó unas apresuradas anotaciones en su diario. Tan pronto como se marcharon los gitanos, tomó la osada decisión de bajar en su totalidad los muros del castillo, y luego se marchó por su cuenta y riesgo. Ese día mi carruaje permaneció vacío. Tatra se puso inútilmente el uniforme de cochero.
Si mi huésped se hubiese quedado conmigo un poco más, y hubiese utilizado todo su ingenio, sin duda habría podido perjudicarme seriamente, e incluso fatalmente. Es cierto que un simple ataque con una herramienta metálica estaba destinado al fracaso, pero era un dato que Harker podía haber recordado más tarde en su propio provecho, cuando ambos reanudamos nuestro trato social. Actualmente, la marca ha desaparecido por completo de mi frente, ¿no les parece? O al menos mis dedos ya no notan el costurón de la cicatriz, y desde hace décadas nadie ha hecho ningún comentario al respecto.
Yo había obtenido una cabeza palpitante y un poco de material nuevo sobre el cual reflexionar: provisiones para mi viaje. Sin embargo, no estaba en condiciones de comunicarme con mis leales szgany cuando clavaron la tapa de mi caja y empezaron mi traslado por el largo camino que conducía hasta el mar.